Reconozco que cuando
veo a los niños azorados, llorosos o risueños
en las rodillas de figurantes barbudos y con capas ribeteadas de falso
armiño, en las puertas de los grandes almacenes o de los ayuntamientos, siento
sensaciones extrañas, una leve incomodidad perturbadora. Observo a padres o abuelos nerviosos tratando
de animar a que los chiquillos vergonzosos les cuenten todos los regalos que
desean, mientras les echan fotos o
graban en video el gran momento. Suelo
recordar que esas criaturas llevan casi un mes viendo anuncios incesantes por
televisión que les animan a desear todo tipo de videojuegos, el maletín Nancy
estudio de peinados o el peluche Gogo. También recuerdo esa sensación infantil
de cierto resentimiento o incomprensión cuando al día siguiente, al buscar ávidamente en los zapatos, se
descubría que los magos no habían dejado la lista entera y siempre faltaba el
anhelado Scalectrix o la bici de
carreras, a pesar de todos los esfuerzos
de bondad que se habían hecho. Sensación
que aumentaba al salir a la calle y ver que los magos habían sido bastante más
generosos en otras casas del vecindario, justo donde vivían las familias más
acomodadas.
Sin embargo parece
haber un acuerdo social sobre la bondad de crear estas ilusiones y se montan
cabalgatas con camellos y pajes y se niega, mientras se puede, que los reyes
magos sean los padres e, incluso, muchos recuerdan la expectación de la noche
de reyes, cuando ya son mayores, como
una de las mejores experiencias de su vida. Se aduce la importancia de
implantar,en la inocencia de la infancia,
la fe en el poder de la ilusión,
la creencia en los milagros de la
fortuna más o menos inducidos por todo tipo de rituales o bolas de cristal,
como algo fundamental para soportar las inclemencias reales de la vida.
La creencia en
utopias quizá se ancle en esta capacidad
que tiene el ser humano en distorsionar la realidad cuando le conviene. Es
claro que para intentar salir de una situación inclemente hay que procurar imaginar otra mejor y
aspirar acercarse a ella. Pero hay que
tener cuidado con la ideología que se
construye porque, como ha demostrado el
siglo XX, detrás de discursos elocuentes o bellas intenciones de igualdad, prosperidad
o felicidad se han ocultado infiernos aún peores que los que se
pretendían superar. Cualquier idea de mejora por muy bonita que quede en un
papel debería pasar la prueba de la realidad, el experimento de observar si
funciona con la gente real en el momento presente antes de implantarla de forma
generalizada. Pero suele ocurrir que las utopias cerradas llevan adosada una
ideología de la sospecha. Y cualquier persona que cuestione alguno de sus
aspectos se convierte de inmediato en sospechosa de justificar el injusto y execrable estado de cosas que se
pretende superar. Lo que ha conllevado, casi de manera automática, infaustas consecuencias. Una utopia quizá es siempre
una distopia todavía no realizada.
Decía Borges aquello
tan bonito de que "...un libro es una cosa entre las cosas, un volumen perdido entre los
volúmenes que pueblan el indiferente universo hasta que da con su lector con el
hombre destinado a sus símbolos. Ocurre entonces la emoción singular llamada
belleza , ese misterio hermoso que no descifran
ni la psicología ni la retórica..." Y ultimamente he sentido esa
sensación, no tanto de belleza sino de fascinación por la lucidez del
conocimiento que muestra, al descubrir 8 años más tarde de haber sido
publicado (lo que me obligará a buscar
los cambios científicos que hayan podido producirse en este tiempo) "La
tabula rasa" de Steve
Pinker.
En otras entradas
exploraré algunas de las implicaciones que propone este libro que cuestiona algunos de los mitos
sobre los que se ha basado el pensamiento moderno: la noción de "tabula rasa", la
presunción de que el ser humano nace sin
mente, sin instintos y todo es potencialmente educable hasta convertirnos en
iguales; "el mito del buen
salvaje" según el cual el ser humano nace con tendencias siempre benignas
y es la sociedad la que le incita a la violencia y la maldad; el concepto del
"fastasma de la máquina" según la cual hay un espíritu donde reside
nuestra identidad que actua al margen de las condiciones y cualidades físicas
de nuestro cerebro. La tesis de Pinker
es que basar buenas deseables intenciones de reforma social o personal en mitos no sostenibles desde el punto de
vista de la investigación científica, como negar el concepto de naturaleza
humana puede llevar paradójicamente a hacerlas sumamente frágiles o a conseguir
efectos indeseados.
Hubo un tiempo que
me sentí fascinado por ese discurso de basar el sistema sanitario de un
pais en la idea de salud según la OMS
("estado de perfecto bienestar físico, psíquico y social, y no sólo la
ausencia de lesión o enfermedad"). Parecía obvio que era preferible
la idea positiva (salud) sobre la negativa (enfermedad). Parecía evidente que
lo importante era invertir en medidas
preventivas, en educación sanitaria, en
una intervención comunitaria que estimulara cambios que llevaran
a una sociedad justa y por tanto saludable, donde todo el mundo fuera
feliz. Hice cursos donde me hablaban de sistemas nacionales de salud perfectos,
como Rusia o Cuba o Chile, donde se hacían programas de salud que torpemente
intentabamos reproducir en ejercicios simulados. Estuve de acuerdo con una reforma sanitaria que asumiera que la
atención primaria se tenía que basar sobre todo en la prevención y en la
promoción de la salud más que en el diagnóstico y el tratamiento de los
enfermos ( con lo que perdimos el prestigio clínico y el acceso a pruebas
diagnósticas quizá para siempre). Me creí
la película del trabajo interdisciplinar y de los equipos de salud que
iban a resolver todas las carencias históricas que había arrastrado la medicina
general a la que había que cambiarle hasta el nombre .
Pero la realidad, treinta años después, no ha sido
exactamente la que esperábamos. Los paraisos de los que nos hablaban no lo
eran en absoluto. Los iluminados que parecían conocer todos los secretos se
convirtieron en torpes gestores que, salvo excepciones, nunca supieron gestionar más que su propia y
triste supervivencia. La prevención se
ha convertido en una gran negocio de medicalización y control social para todo tipo de grupos económicos que intuyeron un nicho de
negocio o influencia sumamente rentable y fácil de publicitar a una población
fascinada por el consumo. Y que, a día de hoy, cada vez hay más datos de que
puede haber producido más mal que bien.
La salud se ha convertido en la legitimación de cualquier moralina más o
menos bien intencionada pero insoportable en sus medios y en su estética para ciudadanos libres e inteligentes de un
pais democrático.
Paradójicamente (la
atención primaria iba a ser la base del sistema sanitario) la formación de los
médicos se ha sesgado progresivamente hacia la especialización y los recursos
han migrado hacia la atención hospitalaria, lo que conlleva generalmente una atención
con recursos máximos y por tanto la necesidad de pedir múltiples y caras pruebas
complementarias para solucionar los problemas más banales, lo que a su vez alimenta las expectativas de
la población (en un sistema gratuito) en hacerselas para cualquier malestar
mínimo "no sea que vaya a ser algo malo". La capacidad de curar se ha desplazado a los
hospitales y a las máquinas, como de continuo publicitan todas las pantallas de
las televisiones que nos rodean, cuando se suponía que iba a ocurrir lo
contrario y la relación asistencial con el médico de familia iba a ser la base
para estimular unos autocuidados inteligentes. Cada especialista prescribe, de
forma casi automática, el mayor número de farmacos posibles para cualquier
patología, convirtiendo la polifarmacia probablemente en el mayor problema de
salud con el que ahora nos encontramos y que por cierto nadie está estudiando
en serio en condiciones naturalistas, al igual que la iatrogenia de las
intervenciones diagnósticas invasivas injustificadas. El sistema sanitario español aparece
fragmentado en múltiples subsistemas autonómicos que apenas comparten datos
fiables, ni en muchos casos igualdad de prestaciones. Lo mejor es que todavía
ofrece una atención gratuita para todos
los españoles y es muy eficaz para resolver
enfermedades agudas o complicaciones de las crónicas que precisen
intervenciones especializadas.
Podría seguir pero
me canso y noto que me pongo quizá demasiado tremendista y por tanto me alejo
de la realidad y se me va el hilo de lo que quería argumentar. Las causas
siempre son complejas pero creo que el haber montado un sistema basado en una
utopía y con un discurso tan débil tiene algo que ver en lo que esta
ocurriendo. La demanda se ha disparado y no se valora el coste de los
servicios; las listas de espera son
eternas y no discriminan entre lo banal y lo grave; la capacidad de autocuidado ha disminuido en
vez de aumentar y se atienden catarros en los hospitales o se demanda un
psicologo o un "fisio" para cualquier tropezón vital. Y lo que es peor, esto hace que patologías frecuentes potencialmente graves se vean demoradas injusticada y
peligrosamente y que, a pesar de la propaganda, los ciudadanos sigamos sin
tener la atención adecuada para una muerte
con el menor sufrimiento y dolor posibles. Es decir se ha producido lo
contrario de lo que se pretendía. Y encima ahora la crisis económica puede
llevarselo por delante porque cada vez
hay más datos de que la fragmentación del sistema va a posibilitar una mayor facilidad
para el desmantelamiento y la privatización de lo que hasta ahora hemos
comocido, con lo que es posible que en poco tiempo una parte importante de la
población pierda el acceso a unos
cuidados sanitarios de calidad. Es decir el discurso de la sanidad pública
gratuita ha puesto las cosas muy sencillas a los que siempre quisieron privatizarla. Una nueva paradoja.
Quizá alguien
tendría que haber explicado a tiempo que un sistema sanitario tiene que
centrarse en atender con la mayor eficacia las enfermedades de cierta
importancia y solo intentar prevenir lo que esté muy claro que pueda y deba
intentar ser prevenido porque vivir siempre tendrá riegos y es un riesgo mucho mayor el querer vivir sin ninguno. Y que es un privilegio que eso sea gratuito en un país, porque es muy caro y hay que cuidarlo mucho, porque puede convertirse facilmente
en no sostenible si se abusa de él. Lo demás es un problema de buena educación
y de buena politica que procure ciudades más habitables; trabajos con
condiciones más amables; códigos culturales menos alienantes; condiciones sociales que posibiliten la promoción de las más inteligentes y honestas cabezas que comprendan y sean capaces de aplicar el método cientifico para la toma de las decisiones más diversas, intentando superar cualquier tipo de de sectarismo.
"Las personas
que viven para trabajar (…y ven la felicidad como un producto derivado) son un
élite pequeña y abierta al mundo, que surge espontáneamente y está compuesta por gentes que tienden a ver
el lado positivo de las cosas. En este mundo los optimistas se llevan el gato
al agua, no porque siempre tengan razón , sino porque son positivos. Incluso
cuando están equivocados son positivos, y esa es la senda que conduce a la
acción, a su enmienda, a su mejoría y al éxito.
El optimismo educado y despierto recompensa; el pesimismo solo puede
ofrcer el triste consuelo de tener razón.
La gran lección que puede sacarse
de lo dicho es que es necesario no cejar en el empeño. Los milagros no existen.
La perfección es inalcanzable . No hay milenarismos. Ni apocalipsis. Hay que
cultivar una fe escéptica, evitar los dogmas, saber escuchar y mirar, tratar de
despejar y fijar los fines para poder escoger mejor los medios"