miércoles, 21 de mayo de 2014

Soledad


Estaba planchando el cuello de una camisa cuando volvió a notar esa  sensación extraña en el pecho. Respiró hondo y reconoció con alivio el olor espeso y algo dulzón del vapor que se había ido acumulando en el aire y había empañado los cristales de la ventana.  Se acercó a abrirla para que entrara un poco de aire fresco que, de pronto, supuso que le vendría bien. Miró los geranios nuevos que había comprado en el mercadillo bañados por la luz lechosa de la caída de la tarde y aprovechó para recoger algunas hojas secas del poyete,  aunque esa tirantez persistía e incluso progresaba un poco y le creaba una extraña sensación de aprensión.
Cerró la ventana y pensó en si se había disgustado por algo. De inmediato apareció la imagen de su hijo que venía a verla tan poco y que era tan brusco y de tan pocas palabras. Como siempre, evocó de forma automática la imagen de aquel niño de flequillo y ojos fijos que la abrazaba en silencio y los ojos se le llenaron de lágrimas. Quizá lo mejor era hacerse una tila.
La molestia comenzó a filtrarse hacia la espalda. Al principio,  como unos pinchazos, luego como un escozor constante que fluía hacia los omóplatos y la oprimía al respirar. Ese chico no había superado la muerte de su padre y quizá ella no había sabido educarlo. No es fácil para una mujer sola lidiar con un adolescente, sobre todo cuando cambió tan de pronto, cuando mutó de un niño dócil que la acompañaba a todas partes a un chico hosco que apenas quería salir de su habitación y que explotaba en voces y en reproches por cualquier cosilla.  Aunque no era malo, ella sabía que no era malo.
Comenzó a sudar y pensó que no superaría nunca lo de su hijo a pesar del tiempo que había pasado y de que iba al psicólogo y tomaba pastillas.  Se dirigió a la cocina y puso a hervir agua en el microondas. Observó los pañitos de cuadros azules, impecables en los estantes del armario y la figurilla de un torero gracioso que alguien le trajo de un viaje a algún sitio del sur.  Buscó las bolsitas de tila y disfrutó el zumbido del aparato como de una presencia reconfortante hasta que el timbre le anunció que el agua estaba caliente. La taza rosa de los duendes azules le hizo sonreír, como siempre, mientras deslizaba en ella la bolsita y echaba dos cucharadas de azúcar. Bebió un trago y notó una leve opresión en el cuello aunque la tila no estaba muy caliente.
Pensó en si estaría incubando algo y buscó un paracetamol en un cajón que se tragó con mucha rapidez. No dejaba de sudar y supuso que tenía fiebre. La opresión se iba haciendo cada vez más sólida, como un abrazo que aumentara poco a poco su intensidad. Cuando dejó la taza sobre la mesa el brazo comenzó a pesarle. Decidió buscar al gato para distraerse un poco. Caminó por el pasillo y fue consciente de que estaba empapada y de que le costaba mucho trabajo respirar.
Al llegar al salón contempló los montones de ropa sobre el sofá. Las camisas, la ropa interior, los pantalones, la mochila de la gimnasia aparentaban formas misteriosas en la semioscuridad. La plancha permanecía sobre la tabla alargada con el piloto rojo encendido. Automáticamente decidió seguir planchando como si se agarrara a algo, sobre todo al deseo de que todo siguiera igual y que no le pasara algo malo como a la pobre Cande, su vecina de toda la vida. Le comenzó a doler el brazo que sostenía la plancha y trató de obviarlo apretando el botón del vapor que silbó suavemente mientras el dolor ya era fijo y le atravesaba el pecho hasta la espalda.
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martes, 28 de mayo de 2013

Los problemas de las crisis

Casi no escribo ya de medicina. Pero encontré este post de un blog que aprecio. y no pude por menos que poner este comentario, a vuela pluma. Aquí lo dejo y en la entrada de ese blog puede seguirse el debate que se ha generado que considero muy interesante.


Hay que tener cuidado de defender buenas causas con argumentos falaces, dicotómicos y generalizadores (tres peligrosas distorsiones cognitivas). Por ejemplo enfrentando generaciones de "profesionales incompetentes refractarios a cualquier cambio que signifique cualquier pequeña disminución en sus privilegios (los que tienen trabajo: los otros) con “gente absolutamente excepcional, con un nivel de compromiso muy grande” (que al parecer merecería desplazar a los anteriores y tener de inmediato un trabajo).

Sobre todo porque eso no resiste un análisis. En cada generación hay gente de todo tipo y muchos de los que ahora son efectivamente incompetentes eran hace años (quizá muy pocos) los que se creían (y así lo proclamaban a los cuatro vientos) gente absolutamente excepcional (“pata negra”, ya se sabe). A veces las evoluciones son muy rápidas. Y es fácil ver como han terminado muchos de ellos. O donde comenzaron y lo que defendían y donde están ahora. O simplemente contemplar como trabajan.

La realidad es que cuando todo parecía que iba bien se abandonó la meritocracia y la organización sanitaria de la sanidad pública fue bastante chapucera. Todo se fragmentó por autonomías, las oposiciones basadas en el saber y en el mérito fueron desapareciendo para virar a OPES amañadas donde se iban repartiendo las plazas que, “los excepcionales del momento”, se creían con derecho a consolidar y que por supuesto no cuestionaron. Nadie protestó ni dijo nada. O muy poca gente a la que se acalló rápidamente.

Y así hemos llegado hasta aquí, a una crisis económica que, ya se sabe, es un fastidio para todos los colectivos. También para los médicos. Una crisis que sufrimos todos de distintas maneras. Y que veremos como salimos de ella.

Pero en 1981, cuando yo terminé la carrera, también había una con muchos médicos en paro. Te lo aseguro. Y con peores condiciones de trabajo, mucho peores. Ahora tengo un hijo en 5º de medicina. Y tendré que afrontar lo que venga. Así son las cosas.


Y por cierto, el sistema MIR es un buen sistema. Soy tutor hace ya algunos años. Pero es manifiestamente mejorable en muchos aspectos. No nos vamos a engañar. De él pueden salir médicos de muy distintos niveles. Algunos habiendo leído o reflexionado bastante poco. Y quizá creyéndose excepcionales. En este país nos subimos enseguida a la parra. Y ya sabes que suelen hacerlo no precisamente los que más saben. 

miércoles, 6 de febrero de 2013

Memoria de las guardias



Es asombroso lo que todavía disfruto en las guardias. O, más bien, cómo disfruto cada vez más, como si algo dentro de mí fuera consciente de que pronto puedo dejar de hacerlas y perderé la experiencia para siempre.

Una guardia son rostros, formas de vestir, de hablar, de expresarse, de
manifestar distintas formas de sentir o de vivir. Pero, de forma sucesiva, agrupada, en unas horas. Lo que resulta enervante e  interesante.

Una guardia son experiencias muy intensas. Donde el tiempo vuela y, a veces, se siente el golpeo del corazón y se disfruta de él, lo que todavía resulta más extraño.

Una guardia es la sensación de estar a salvo, de ser tú el que tira el
cabo y pisa tierra, el que, por ahora, mantiene la cordura o tiene la salud suficiente para poder ayudar a otros y, por tanto, sentirse en el lado del mundo donde calienta el sol, aunque se vislumbre el abismo, lo que hace al sol más apetecible.

Una guardia es disponibilidad y anulación de las convenciones del tiempo. La madrugada es tan habitable como la media tarde. Los  descansos se merecen y se gozan con chocolate o patatas fritas. Las lecturas son de una intensidad inconcebible, como si fueran un licor fuerte y sabroso que llenara toda la boca y calentara todo el cuerpo.
Una guardia es un estado de conciencia que permite escribir desde otra perspectiva, con más desprendimiento, con pinceladas más gruesas y más raras  o más finas y más sutiles, un poco ajenas a nosotros mismos, pero extrañamente próximas, como lo es la raíz de un diente cuando nos lo extraen y nos crea extrañeza: lo que nunca hemos visto pero, sin embargo, siempre nos ha pertenecido.

Una guardia es escuchar muchas historias y no juzgarlas, sólo aplicar los parches precisos  para que la rueda siga girando, para que la vida siga su curso cotidiano que, muchas veces tanto se desdeña y que, sin embargo, tanto se necesita.

Una guardia es tener el impulso de escribir un texto como éste, en un
ratillo, de corrido, de madrugada, tras haber salido a la calle que, a estas horas simula un decorado algo desconocido y deshabitado. Porque las rutinas se han roto y es factible dejarse llevar por los impulsos sin que se rompa nada, como en una melodía de jazz de esas interminables que suceden en un club algo oscuro, con humo y cortinas de terciopelo verde.

Fotografía: Guillermo González Granda.  La mirada precisa

viernes, 7 de septiembre de 2012

Semmelweis: el frágil destino de los héroes verdaderos


Imaginemos al joven médico de 28 años (nació el  18 de Julio de 1818 en Budapest) entrando aquella mañana en el Allgemeines KrankenHaus, el Gran Hospital General de Viena. Retengamos la fecha:   el 27 de Febrero de 1846. No hace demasiado tiempo, casi podemos tocarlo con los dedos de cuatro generaciones.  Muchos de los edificios que actualmente nos fascinan de esa ciudad, tan exquisitamente luminosa por fuera como, en ocasiones,  inquietantemente turbia por dentro, ya eran así de impresionantes hace 146 años. Los palacios estaban construidos, las casas que expresaban el fulgor de la burguesía también y por sus calles transitaban o estaban a punto de hacerlo gente como Gustav Klimt, Sigmund Freud o Johann Strauss. Había cafés, universidades, abogados, fábricas, fotografías,  tiendas de ropa, trenes.

El hospital era también un edificio impresionante,  de aspecto cuartelario, construido alrededor de un patio cuadrangular como solía hacerse entonces.  Es fácil imaginar sus techos altísimos; el eco de los pasos en los pasillos interminables y muy fríos en invierno; las salas inmensas y, a menudo lóbregas, llenas de camas  metálicas; los quejidos frecuentes, a veces escalados a gritos,  y sobre todo el olor. En aquel tiempo el olor fétido de la pus y las deyecciones junto a la ausencia de agua corriente, debía producir un estado de ánimo inmediato, una mezcla de asco y miedo, una señal de muerte,  que no debía ser  fácil atravesar para acercarse a los enfermos, siempre pobres, que poblaban entonces los hospitales

Pero Ignaz Phillipp Semmelweis a pesar de su juventud era ya un médico con cierta experiencia aunque este era su primer trabajo y probablemente sospechaba  lo que allí se iba a encontrar. Había sido un alumno destacado de Carl von Rokitanski, uno de los fundadores de la anatomía patológica (al que viéndolo actuar en una autopsia lo fascinó y le hizo cambiar las leyes, que había venido a estudiar a Viena,  por la medicina)  y de Josef Skoda un gran clínico que aportó avances significativos en la exploración y el diagnóstico médico. Dos maestros importantes en esta historia.  Skoda, que siempre trataría de comprenderlo y protegerlo,  iba a emplearlo en su clínica pero la plaza se cubrió con otro médico de más edad  y le buscó  un primer trabajo en el Allgemeines KrankenHaus, en la clínica de obstetricia.  Según testimonios de gente que lo conoció  en ese momento, Semmelweis era un joven alegre, dado a las fiestas, no demasiado introspectivo y nada hacía  pensar que fuera a convertirse en el investigador pertinaz y atribulado  que luego fue. 

“Al sol y a  la muerte no se los puede mirar fijamente” decía La Rochefoucauld,  por eso hay actividades de las que no es fácil salir indemnes, sobre todo si se posee un temperamento vulnerable o si se es sensible al sufrimiento humano. Y trabajar en “la primera” clínica de obstetricia de aquel hospital (así se la conocía popularmente), dirigida por el profesor Klein,  era una de ellas.  Imaginemos  su desesperación, tras las primeras semanas,  al ver morir a decenas de mujeres jóvenes en medio de terribles dolores y la indiferencia o, incluso, la hostilidad de la mayoría de sus cuidadores (“La falta de respeto que los trabajadores mostraban al personal de la primera clínica me hacía sentir tan desdichado que la vida parecía carecer de valor por momentos. Todo era dudoso, todo parecía inexplicable, todo era incierto, la única realidad incuestionable era el gran número de muertes”). Imaginemos que quizá había hablado con ellas horas antes, que conocía algunos de sus nombres o alguna confidencia, que las había explorado, que quizá había tratado de animarlas o darles esperanzas frente a los oscuros presagios que ellas mismas ya traían. Porque, como pronto descubrió,  a “la primera” clínica, en la que practicaban los estudiantes de medicina,  no quería ir ninguna mujer a parir. Preferían hacerlo en la calle esperando hasta que se abriera “la segunda” clínica, dirigida por el profesor Bartch, según la rotación establecida cada 24 horas, salvo los fines de semana en la que las mujeres ingresaban en “la primera” durante 48 horas. Todas las mujeres de Viena sabían que en “la primera” era mucho más fácil morir y trataban de evitarlo por todos los medios. Preferían ir a la “segunda” clínica, donde solo atendían las matronas y percibían que la mortalidad era más baja.

Para leer más:
Hyperbole

viernes, 27 de julio de 2012

Documento de la Asociación de Economía de la Salud y atención primaria

Mañana me voy de vacaciones y ya vislumbro el horizonte de palmeras de tocarme la barriga durante unos días y de no pensar más que en cosas amables que me acaricien un poco los centros del placer, tan castigados este año. Es decir no tengo, ahora mismo, ganas de ponerme a pensar en serio sobre cuestiones organizativas del sistema sanitario (tampoco estoy seguro de que me apetezca a la vuelta). También confieso otra cosa: tengo prejucios muy negativos contra los llamados gestores o economistas de la salud. A cierta edad ya no se puede separar lo teórico de lo conocido. Y los llamados gerentes que yo he conocido digamos que no salen muy favorecidos en el recuerdo: ni en su capacidad profesional, ni por supuesto en su ética. pública. Los resultados están a la vista y conozco unos cuantos que han sido y son agentes dobles, lo cual redondea el melancólico círculo actual: están destruyendo conscientemente la sanidad pública algunos de los  que decían ser sus adalides.


Por tanto, por ahora, solo quiero compartir un documento que sospecho que comenzará a moverse y que muchos  consideraran una fundamentada opinión de expertos.  De esos que esperan estar dirigiendo siempre las cosas  desde arriba y a salvo de toda responsabilidad, como por otra parte ha ocurrido hasta ahora.  Dicho esto reconozco que en el documento que quiere ser de debate es una oportunidad  para pensar y analizar alternativas y merece ser leído atentamente. También para observar los vientos que corren y el papel que en él se adjudica a los distintos actores que intervenimos en el sistema sanitario.  En concreto el papel que se asigna a la atención primaria  que  pongo literalmente a continuación:




(...) 9. UNA ATENCIÓN PRIMARIA EMPRENDEDORA PARA LA SOSTENIBILIDAD.

La Atención Primaria (AP) necesita incentivos especiales para salir de la crisis. Esos incentivos se relacionan parcialmente con las retribuciones y condiciones laborales. Siendo España uno de los pocos países de nuestro entorno en que los profesionales de AP son asalariados de la Administración que trabajan en dependencias propiedad de ésta, debería plantearse la reorientación de la estructura actual hacia un modelo no integrado verticalmente en la producción pública, en el que agrupaciones de profesionales de la salud ofertaran la prestación de sus servicios al financiador, asumiendo los riesgos económicos derivados de su mayor o menor eficiencia, como resultado de su gestión clínica.


Es decir postula la total desaparición de una atención primaria como puerta de entrada al sistema y basada en el modelo de Centros de Salud. Ese punto se puede unir a otros dos:


(...) 10. CAMBIO DE FOCO HACIA PACIENTES CRÓNICOS, FRÁGILES Y TERMINALES.

Los yacimientos principales de mejoras de eficiencia, seguridad y calidad se encuentran en la atención a pacientes crónicos, pluripatológicos, frágiles y terminales. Estos casos constituyen un reto para la atención primaria y para el actual hospital general de agudos, segmentado en servicios de especialidad y con tendencia a la hiperespecialización. Las estrategias de crónicos y paliativos exigen cambios en la arquitectura organizativa de la red sanitaria. En primer lugar, deberían potenciarse las estrategias de enlace entre primaria y especializada, con apoyo de medicina interna y desarrollo de nuevos servicios de gestión de casos y de gestión de enfermedades. También es urgente coordinar los servicios sanitarios y sociales entre sí, y éstos con las estructuras de salud pública. En segundo lugar, el hospital debería abrirse en un doble sentido: a redes hospitalarias subregionales, donde grandes hospitales hagan función nodriza sobre pequeños centros de proximidad y hagan viable técnicamente su función; y a redes regionales de unidades de alta especialización, donde circulen pacientes y médicos para beneficiarse de la concentración de casos y destrezas. En estas redes regionales pueden establecerse 5servicios compartidos (generales, centrales y clínicos), que aporten eficiencia sin mermar calidad o disponibilidad local de conocimiento experto.

(...) 13. DESFUNCIONARIZAR PARA PROFESIONALIZAR

Cada vez más los proveedores públicos de asistencia sanitaria han de competir, o al menos convivir, con proveedores privados en régimen de concierto o concesión. La red pública necesita dotarse de instrumentos de gestión de recursos humanos que le den flexibilidad y adaptabilidad a las necesidades. Por ello debería iniciarse un proceso no traumático y gradual de desfuncionarización de los profesionales sanitarios, en particular de los médicos. Por otra parte, en el más que probable caso de que las restricciones económicas actuales obliguen a modificar las plantillas, deben evitarse las reglas fijas uniformizantes y aquéllas que impliquen despedir siempre a los últimos que entraron. Antes de despedir habría que reestructurar, con criterios de efectividad, productividad y valor añadido para la red y el ciudadano.

Si os apetece podéis comenzar a pensar como se puede construir, en la práctica, un escenario como éste, como nos afecta profesionalmente o personalmente, el papel en el que quedamos los médicos de familia o si tiene sentido nuestra especialidad tal como fue diseñada. Yo he decidido que quizá lo haga en Septiembre, aunque no es seguro. Por ahora prefiero pensar en las palmeras. 

martes, 26 de junio de 2012

Sanidad pública


Unas declaraciones como éstas solo merecen una respuesta literaria y unos hechos contundentes. Los  médicos que hemos realizado guardias durante años  en cualquier pueblo perdido o en ciudades más grandes, sabemos la  perversidad que representan y todo lo que rompen, tangible e intangible. Mi solidaridad con todos los PEAC a los que no deberíamos dejar solos. En atención primaria no sobra ningún medico. Por todos nosotros, una  entrada antigua que tiene que ver con lo que hacemos y creo que mucha gente valora. Es el momento de mostrarlo y no dejarse arrebatar un servicio muy básico que, como siempre, perjudicará a los más débiles.


Llovía sobre la noche recién estrenada. El asfalto reflejaba los destellos naranja de las farolas y, a lo lejos, se vislumbraban todavía las luces de colores de navidad suspendidas sobre el cielo azul oscuro. Pronto la claridad fue desapareciendo y solo los faros del coche se abrían paso en la oscuridad, revelando alrededor un paisaje cada vez más desolado. Enseguida llegaron al barrio al que se dirigían que los recibió con un olor a humo agrio. Unos hombres los miraron con desconfianza mientras fumaban bajo un voladizo de uralita. Otros conversaban dentro de una furgoneta y pararon por un momento. Unos niños mojados rodearon el coche, hicieron muecas, tocaron los cristales y luego se alejaron riendo. La calle Carmen Amaya era estrecha, mal asfaltada, iluminada solo por la luz mortecina que salía de las ventanas y las puertas abiertas de las casas bajas. Sin embargo bullía de gente que circulaba por las aceras y hacía grupos de mujeres u hombres o niños nerviosos que no paraban de reir o de correr. Para estar seguros preguntaron a alguien por donde caía la casa a la que iban, porque no había números sobre la mayoría de las puertas. "Deben ir a ver a la Carmen", dijo una mujer morena, prematuramente envejecida y vestida con una bata roja, mientras señalaba con el dedo hacia delante. Unos niños salieron corriendo en esa dirección y ya los estaban estaban esperando tres mujeres cuando avanzaron unos cincuenta metros y llegaron a una casa llena de desconchones que hacía esquina. Una mujer grandona de mediana edad con la voz ronca, que trataba de ser amable en exceso, inclinó la cabeza a la derecha mientras los invitaba a entrar. Ellos, los dos hombres y una mujer, vestidos con un chambergo verde fosforescente penetraron con sus maletines en una estancia rectangular llena de gente. Quizá habría unas diez personas repartidas en un tresillo o de pie, mirando fíjamente con los ojos oscuros a los recien llegados. Había al menos cuatro mujeres jóvenes y cuatro hombres, dos de ellos entrados en años pero no viejos. Dos mujeres tenían niños pequeños en brazos. Una televisión parpadeaba al fondo, junto a un aparador, una cocina de butano y un cuadro de Camarón. La cama estaba pegada en la pared que había frente al tresillo. La estancia estaba limpia, caliente y olía a "pisto" que una mujer gorda con moño freía en la cocina, lo que producía una sensación confortable. "¿Qué le pasa?", le preguntó el médico, sin muchas esperanzas de que respondiera, a la mujer que reposaba en la cama con los ojos cerrados. Estaba muy delgada, aparentaba más de noventa años y tenía una piel transparente en la muñeca que le cogió para tomarle el pulso. "Me duele aquí", contestó con una voz sorprendentemente enérgica, abriendo los ojos y apoyando la mano derecha sobre el pecho. El médico le hizo algunas preguntas más y luego dijo algo a la enfermera que salió al coche y vino con otro maletín más abultado. "Le vamos a hacer un electro, tiene que desnudarse de la cintura para arriba". La mujer que inclinaba el cuello dijo algo y todos los hombres salieron de la habitación, unos a la calle, otros a otra estancia que había a la izquierda. El chico joven ayudaba a la enfermera con los cables y también le puso un dedil que de inmediato se iluminó después de parpadear en rojo."Satura a noventa y cuatro". Mientras el médico hablaba con la mujer grandona que ya se había identificado como la hija de la enferma. Le contaba que había salido hacía poco del hospital porque se había roto una cadera y la habían operado, pero que el problema era que no dormía y estaba muy nerviosa. "A veces por la noche cree que vienen a por ella y se pone a gritar. Entonces también se queja del pecho". El médico leía un informe y luego se acercó a mirar las medicinas que había sobre una mesa camilla. La enfermera le aproximó una tira de papel que se meció en el aire como si fuera una serpentina. La miró un rato y volvió al lado de la cama. "El corazón está bien no se preocupe. ¿Tiene miedo de algo?". La mujer miró hacia arriba e hizo un gesto de angustia que desplazó una lágrima justo en paralelo al pelo blanco que reposaba en su mejilla izquierda. Siguieron hablando un rato mientras los hombres asomaban las cabezas por las puertas y la enfermera recogía los trastos. El médico joven observaba la escena con curiosidad. "Yo creo que ese dolor no es del corazón. El problema es que está todavía un poco confusa de la operación y del hospital. Le voy a mandar unas gotas, además de lo que está tomando, para que se tranquilice y duerma mejor…" . Ya habían vuelto todos los que estaban en la habitación al principio. Un canario se agitó en la jaula que había en un rincón, al lado de un perchero con un sombrero verde. Se dirigieron a la puerta. La hija sonrió y dio "muchismas gracias" unas cuantas veces, con muchos aspavientos. En la calle se había formado un corro de gente que acompañó con sus ojos al coche mientras daba la vuelta. Alguien había hecho una hoguera y un chico comenzó a cantar "volando voy, volando vengo…" con la voz rota que solo tiene un gitano auténtico. En la linde del barrio seguían hablando los hombres. De nuevo los miraron en silencio mientras badeaban un gran socavón encharcado. Los niños aparecieron de nuevo y luego se alejaron dando saltos. Poco a poco el camino se fue iluminando. Seguía lloviendo cuando llegaron al antiguo hospital de Alarcos y aparcaron el coche al lado de la rampa de Urgencias. "Enamoraó de la vida, a veces duele, si tengo frío busco candela…" seguía cantando Camarón, a lo lejos.


martes, 19 de junio de 2012

Testículos

Luego, cuando pase todo (si es que pasa) dirán que es mejor olvidar. Que todos cometimos errores, que nadie es perfecto. Que todos fuimos responsables de lo que ocurrió. Dirán que el resentimiento es nocivo para algún órgano vital, y que el pasado no mueve el agua de ningún molino. 


Dirán también eso tan bonito de que hay que ser positivos y vivir el presente esplendoroso que quedó después de la batalla y que hay impulsarse, llenos de optimismo y esperanza, hacia el futuro. Incluso sugerirán a los heridos que lo son por algún defecto de fábrica que les impide adaptarse a los cambios y que su inteligencia emocional no es suficientemente elevada. Porque, ya se sabe, las crisis son una oportunidad para el crecimiento, una forma como otra cualquiera de vivir la vida. 


Dirán todo eso y, cuando lo hagan, quizá de nuevo adalides de otra gran causa o sonriendo con suficiencia desde algún otro despacho, recordad a los viejos humildes que murieron solos y sucios sin ningún refugio, sin nadie que les tendiera una mano, y también, que una de las primeras medidas que tomaron (si se confirma) fue quitar las unidades de cuidados paliativos domiciliarios cuando todavía abundaba lo prescindible, lo que no es ninguna casualidad si se piensa bien: el miedo conviene alimentarlo hasta el final. Por no hablar del sufrimiento que va a producirse en todo lo demás durante ese trayecto, que se hará interminable para muchos y que ellos contemplarán desde muy lejos, en otros lugares siempre mucho más confortables. 


La crueldad en estado puro cuando podría haberse elegido otra cosa. Cuando podríamos elegir luchar por evitarlo.



 El lenguaje es un licor estimulante, seco, que ayuda a soportar el mundo y las debilidades de la naturaleza humana. Al final las cosas son como son. A veces algunos tipos traicionan por cualquier motivo mezquino; a veces otros matan o roban y no les pasa nada; a veces "paga el pato" un inocente que es rápidamente olvidado. Hay asesinos que, sin embargo, pueden hacerte un favor y hermanos que pueden estafarte con la sonrisa en la cara. Y todo esto sucede mientras la gente ama y odia, escucha música y toma alcohol y miente y folla y persigue sueños imposibles y se muere. Pero también sale el sol cada mañana y brotan inesperadamente flores en el fango. Y se puede leer a Dashiell Hammet para soportar esta crisis sin llorar demasiado y con los ojos muy abiertos para no olvidar lo que paso, ni las caras de los culpables.. Sin buscar la aprobación de nadie y reconciliados con nosotros mismos. Porque ya se sabe, como le dice el detective a la chica en "El hombre delgado":


 " Eres como todo el mundo. Les gustas a unos y no les gustas a otros, y a los demás ni les gustas ni les dejas de gustar"


 un cierto estilo de ir por la vida...

sábado, 26 de mayo de 2012

Paisajes después de aquella guardia



La guardia fue muy larga y la mañana se abría luminosa y nueva, como la mirada de un niño. Intentó concentrarse en lo que veía a su alrededor para intentar detener los pensamientos que seguían girando en su interior más allá de la noche. Una guardia era también un estado de conciencia, una fragmentación del tiempo, un sobresalto de  sensaciones que se amontonaban y desaparecían como copos de nieve. Recordó lo que habia cambiado su percepción del mundo en los ultimos meses y se comtemplo haciendo aspavientos contra enemigos invisibles que no conocía del todo pero que quizá siempre habían estado ahí.   Pensó que había que luchar por defender un lugar en un mundo habitable pero se sintió tan solo como esos viejos que ya no irían a ninguna residencia  de ancianos porque decían que eran responsables de la quiebra de los bancos. Así que caminó por la ciudad buscando el rastro de la vida entre el rumor de la gente que parecía ir a alguna parte o tomaba café en los veladores que estrenaban el verano. Decidió no rendirse del todo.  Recordó a esa chica que murió tan joven. Se compró un sombrero y una brújula en un mercadillo. También fue a buscar un libro que había encargado.   Necesitaba leer de nuevo este prólogo que copió lentamente tratando de coger impulso.

"Tres pasiones simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de aca para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo oceano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación.

He buscado el amor, primero, porque conduce al éxtasis, un éxtasis tan grande, que a menudo hubiera sacrificado el resto de mi existencia por unas horas de este gozo. Lo he buscado, en segundo lugar, porque alivia la soledad, esa terrible soledad en que una conciencia trémula se asoma al borde del mundo para otear el frío e insondable abismo sin vida. Lo he buscado, finalmente, porque en la unión del amor he visto en una miniatura mística, la visión anticipada del cielo que han imaginado santos y poetas. Esto era lo que buscaba, y, aunque pudiera parecer demasiado bueno para esta vida humana, esto es lo que, al fin,  he hallado.

Con igual pasión he buscado el conocimiento. He deseado entender el corazón de los hombres. He deseado saber por qué brillan las estrellas. Y he tratado de aprehender el poder pitagórico en virtud del cual el número domina al flujo. Algo de esto he logrado, aunque no mucho.

El amor y el conocimiento, en la medida en que ambos eran posibles, me transportaban hacia el cielo. Pero siempre la piedad me hacía volver a tierra. Resuena en mi corazón el eco de los gritos de dolor. Niños hambrientos, víctimas torturadas por opresores,  ancianos desvalidos, carga odiosa para sus hijos, y todo un mundo de soledad, pobreza y dolor convierten en una burla lo que debería ser la existencia humana. Deseo ardientemente aliviar el mal, pero no puedo y yo también sufro."

Esta ha sido mi vida. La he hallado digna de vivirse, y con gusto volvería a vivirla si se me diese la oportunidad." 

Autobiografía
Bertrand Russell


domingo, 25 de marzo de 2012

El poder de las historias



A veces las noches son largas y  el sueño es esquivo, aunque se aprieten los ojos con fuerza o se cuenten todas las ovejitas del mundo. A veces  despertar de madrugada es aterrizar en un remolino de angustia que gira como un ciclón y muerde el vientre como una jauría de lobos.  A veces cuando llega el día no se soporta estar en la cama, ateridos por pensamientos que estrechan el horizonte hasta reducirlo a un punto de melancolía o miedo, pero  no se encuentran fuerzas para enfrentarse a un mundo que parece haber perdido el color y está oculto tras la niebla.

Muchos pacientes me cuentan estas emociones cada día. Trato de escucharlos, de ayudarlos a reestructurar sus pensamientos, les doy fármacos si creo que los necesitan, trato de aportarles esperanza sin lo cual no es fácil ayudar a nadie.  Pero las noches y los días siguen ahí y no siempre están llenos de una actividad significativa. Las emociones perturbadas llevan a veces al abandono, a que todo de igual y por otro lado en ese estado no es fácil buscar y encontrar actividades significativas o simplemente  distraídas con las que llenar el tiempo. En un periodo de  baja o en la jubilación los días pueden ser eternos y mucha gente no tiene más recurso para distraerse que lo que le ponen en televisión. Lo que se resume en gritos y futbol a todas horas, algo no demasiado bueno para el ánimo de la mayoría de la gente, aunque lo consuman a toneladas.

Con el tiempo he descubierto algunas cosas por otro lado evidentes. La mayoría de las veces el sufrimiento emocional tiene que ver con conflictos no resueltos, con problemas de la vida que desbordan la capacidad de afrontarlos de los individuos. Pérdidas significativas, problemas en el trabajo o en la pareja o con los hijos, soledad en la vejez, enfermedades graves o invalidantes. Y ante eso no basta con dar pastillas, aunque muchas veces haya que darlas y procurar envolverlas en un relato que sea significativo para el individuo, que sume el efecto placebo al efecto del fármaco y no lo reste. 

También hay que tratar de descubrir sus dilemas vitales, su cultura previa, sus aficiones, lo que le hizo feliz en el pasado o lo tranquilizó. La música que le ponía de buen humor, las películas que lo hicieron soñar, los libros sin los que su vida sería diferente. Hay gente que eso sabe recordarlo y utilizarlo, otros lo han olvidado, aunque las canciones de la radio o las películas de los programas dobles de la infancia hayan existido y persistan agazapados en la memoria.

Los médicos no deberíamos olvidar el poder de la sugestión ni el de una prescripción nacida de la empatía y la benevolencia. Descubrí poco a poco la importancia de sugerir de forma directiva  un orden básico o más bien de restablecerlo, de ayudar a construir un cronograma del día y llenar algunos huecos de actividades concretas y pactadas. Cuestiones elementales como levantarse a una hora, arreglarse, desayunar, llamar a un amigo concreto, pasear, etc. Cuestiones más elaboradas como  aprovechar el poder de las historias o la música.

El ser humano necesita historias porque son una fuente de inspiración para intentar buscar un orden en el caos y encontrar una coherencia interna en la vida. La ficción da forma a la vida, dice Jean Anouilh. Y hasta ahora, por suerte, toda esa ficción estaba muy a mano en internet y se podía disfrutar incluso en la cama con un ordenador pequeño. Así ,si el sueño no llegaba, la espera era más dulce mientras se veía , por ejemplo, "Historias de Filadelfia"; un despertar agitado en la noche era más fácil de sobrellevar viendo a los Simpson  o Californication o Los Soprano o Aquellos maravillosos años; la mañana era más deseable si esperaba un desayuno con zumo de naranja y un par de capítulos de Mad men; la tarde era menos aburrida si se pasaba viendo Eva al desnudo o Centauros del desierto o Gran Torino . Las posibilidades son infinitas según los gustos de cada paciente. Y para ayudar a encontrar los gustos olvidados siempre estaba ahí  El poder de la palabrahttp://www.filmaffinity.com  o spotify o goear para la música.

El tema de la piratería digital y la caída de megauloap ha hecho las cosas más difíciles. Siempre he defendido que los creadores deben cobrar su trabajo  y que el asunto de las copias piratas debe regularse de algún modo que no perjudique a los autores ni a las empresas involucradas. Pero el problema es que no se ofrecen alternativas. Urge que ocurra con el cine lo mismo que ha ocurrido con la música. Que haya portales donde estén todas las películas y series de las historia, bien organizadas, que puedan conseguirse a un precio razonable y bajarse con inmediatez y calidad.   Pero mientras tanto mis pacientes y yo estamos sufriendo  la dificultad de ver on line series y películas en  seriesyonkis, que tanto ha contribuido a diluir el veneno de las noches y el tedio de los días.

sábado, 3 de marzo de 2012

Hyperbole


A los médicos nos cuentan cada día muchas historias, muchos fragmentos  de vidas, llenas de color emocional, de angustia, de ira o de esperanza. Quizá por eso, a menudo,  necesitamos leer relatos que nos ayuden a comprender los matices de la intersubjetividad, los leves hilos que unen las palabras con la corriente de conciencia que se agita en lo más profundo de la personas, con  la sutil trama de relaciones que conforma la memoria o la percepción del cuerpo y del mundo.

Tras haber leido Madame Bovary o La educación sentimental,  Ana Karenina o los cuentos de Chejov, los Ensayos de Montaigne o La conquista de la felicidad, las conductas y motivaciones  de las mujeres  y de los  hombres aparecen un poco más trasparentes, con más posibilidades de ser comprendidos con distancia y empatía.

Pero además los médicos necesitamos una evasión llena de significado y también de una cierta frivolidad, porque para contemplar el sol de la tragedia humana se precisan ciertas gemas de calidad que permitan que nuestra mirada no se pierda en la oscuridad de la despersonalización, la melancolía o la banalidad.

Por eso, porque en estos tiempos de superespecialistas no es fácil aprender elegir buenas opciones culturales que permitan disfrutar mejor la vida hemos creado Hyperbole .

Hyperbole es, sobre todo, una revista cultural pero  pretende también estar llena de vida, de actualidad y de cosmopolitismo. Desea divulgar las ciencias (naturales y sociales) para propiciar un conocimiento que permita acercarse al mundo  desde una perspectiva integradora y actual  pero sin dejar de frecuentar  el reportaje periodistico, la entrevista y la opinión un poco distanciada. También incluirá literatura, cine, fotos y sugerencias para gente interesada en la alegría de vivir: musica, peliculas, ropa, diseño, viajes...

Hyperbole quiere reunir a los que aman la cultura de cualquier edad y condición  y crear esas conexiones  de las que pueden surgir "cisnes negros", o un rato de placer intelectual o estético, o una buena idea para comenzar un cambio necesario.

Pretendemos reunir en este escaparate una selección diversos  productos de distinto tipo para que puedan ser disfrutados con gusto y facilidad, porque ahora hay mucha información en la red  pero no es fácil encontrar lo esencial, lo contrastado, lo bello, los datos de los que realmente piensan o crean con veracidad o talento.

Seguiré escribiendo en este blog pero os invito a frecuentar Hyperbole como lo haríais con uno de esos bares amables donde puede esperarse encontrar buena música y excelente compañía. También,si os gusta escribir, estais invitados a participar y podeis comunicaros con nosotros  en este  correo.

Muchas gracias por frecuentar este blog que está a punto de cumplir tres años. 

domingo, 5 de febrero de 2012

Médicos



Tenemos una idea sobre nosotros mismos. Quizá demasiado general para ser totalmente cierta. Sabemos que tenemos colores y a veces sospechamos el color de los otros y nos ponemos etiquetas que probablemente  son engañosas pero nos fragmentan.  También nos la ponen los que nos miran, los que nos piden ayuda o los que nos gobiernan . Quizá porque tenemos muchas especialidades y vestimos de verde o de blanco o trabajamos en hospitales o en consultorios rurales o en residencias de ancianos.

 Sabemos que entre nosotros  hay arrogantes y también tímidos; que algunos se vendieron a más de una causa y que otros han dado mucho de su vida  por la única que siempre han tenido. Algunos lucharon un tiempo y luego les pudo el viento en la cara y se dejaron llevar. Otros se subieron a trenes que pasaban a su lado porque pensaron que era su unica oportunidad para llegar a algún sitio o para salir de otro que no les gustaba demasiado.  Algunos hiceron fortuna en la política, otros se apuntaron a una ONG. Algunos hacen los mejores trasplantes de Europa, otros viven aislados en un pueblo perdido y mantienen el tipo cualquier noche de lluvia sin demasiado sentimentalismo, ni capote para resguardarse. Hay gente que estudia mucho y quien nunca estudió demasiado aunque llegar aquí no es fácil, no nos engañemos, solo basta mirar a esos chicos que el otro día se presentaron al examen MIR. Y que cuatro o cinco años después quizá se anegen en un mar donde no podrán demostrar su talento.

Sabemos que entre nosotros hay aprovechados y chamanes de otros tiempos que juegan con el prestigio de una profesión muy antigua,  donde hemos sido de todo a lo largo de la historia. Fuimos los medicos de todos los reyes y  de algunos poetas; de dictadores y de subersivos; apuntalamos el poder pero también a los que lo combatían. Fuimos de todos los colores, como ahora mismo. Porque estamos en todos sitios y somos muchos.  Es lógico que así sea porque tenemos tantos colores como la gente tiene. Y por cada estupido hay alguien especialmente inteligente; por cualquier cobarde hay alguien con un valor muy acreditado; por cualquier inmoral hay alguien que siempre trató de ser justo; por cada sectario hay alguien tan  independiente que aplica el método científico también a lo que oye a su alrededor y sobre todo a los hechos. Entre todos hemos ayudado a construir un sistema sanitario que ahora parece correr peligro, que amenaza con fragmentarse en mil pedazos; donde se quiere utilizar un idioma para chantajear a un paciente o donde pudiera ser que un mismo cáncer se trate con terapias de distinto nivel en según qué sitio. Vivimos un tiempo donde una crisis económica puede ser utilizada para llevarse por delante derechos muy valiosos. Y quizá haya desalmados esperando para aprovecharse de este río revuelto.

Ha llegado el momento de ser benignamente corporativistas. De ponernos serios. De olvidar lo accesorio. De centrarse en lo importante y dejar de lado los colores, las antiguas rencillas, las envidias, los malentendidos, las luchas de poder. Hay que situarse en esa intersección civilizada donde  existen ciertas cuestiones que no pueden permitirse, que son sagradas.  Cualquier  gobierno legítimo tiene derecho a cambiar muchas cosas pero, si es democrático, solo de cierta manera. Tiene que haber información y razones. Transparencia, lógica y empatía. No desinformación interesada.  Si hay que ahorrar hay que hacerlo de lo accesorio, que también sabemos demasiado bien, que es un territorio muy amplio todavía y que quizá se aumentó en exceso estúpidamente. Pero hay cosas esenciales: nadie realmente enfermo debe quedar sin atender por no tener dinero o influencias o ser de otra comunidad. Somos ciudadanos de Europa, un territorio que tuvo un siglo XX especiamente turbulento en el que, por cierto, algunos torbellinos sangrientos comenzaron también con una crisis económica. Y este pais sabe de tiempos donde el derecho a ser atendido con eficacia no estaba garantizado.

Es el momento de hablar claro. De que nos hablen claro. De que nos hablen los mejores: en esta situación, como en nuestro oficio, cuando hay algo importante  no valen los aficionados y estamos hartos de floreros. A los que toman las decisiones hay que exigirles que al menos las justifiquen con un cierto nivel literario y con una  adecuada curva de aprendizaje. Que no jueguen a desinformar, ni con conquistas laborales que ha costado mucho conseguir, ni con sueldos que ha costado mucho consolidar y de los que no nos hemos quejado demasiado, como tampoco por lo que con ellos hemos contribuido al erario público.  En eso no hemos sido peores que otros colectivos. Comprendemos que un sistema sanitario puede organizarse de muchas maneras pero tiene que cumplir adecuadamente unos mínimos y ofrecer prestaciones de calidad para toda la población. También los que trabajan en él tienen que tener unos derechos que no pueden ser arbitrariamente alterados y que tienen que ser trasparentes y, en mi opinión,  fundamentalmente basados en el mérito.

No deberíamos dejar que nos trataran como simples marionetas, que nos redujeran a técnicos descerebrados que solo saben meter tubos o mirar gargantas o coser heridas.  Pertenecemos a un grupo historico en el han habitado cabezas como las de Santiago Ramón y Cajal  o Severo Ochoa;  como las de Gregorio Marañón o  Carlos Jiménez Diaz;  como las de Pedro Laín Entralgo o  Carlos Castilla del Pino. Como las todos los médicos que han contribuido con su esfuerzo a que este sistema sanitario sea el que es, aunque tenga defectos, aunque sea mejorable, aunque ahora haya que recortarlo un poco: pero siempre de lo accesorio.

Tenemos  la obligación de participar en el debate público en estos momentos: es el tiempo de hablar con argumentos racionales basados en hechos; de no pasar por ciertos aros; de ser inteligentes y honestos; de pensar en los médicos más jóvenes y también en los más viejos; de poder permitirnos mirar a la cara, en el futuro,  a los que de nuestros hijos  sean también médicos.   Es la hora de no dejar a la ciudadanía abandonada a su suerte, sobre todo a los más débiles. Es la hora de trasmitir que hay ciertos límites que no vamos a dejar que se traspasen fácilmente. Aunque tengamos  distintos colores o  distintas edades;  distintas religiones o no tengamos ninguna;  distinto estatus o distintas habilidades, es el momento de trasmitir a nuestros conciudadanos que por encima de todo somos médicos de un pais desarrollado  y   que sabemos ser independientes y fuertes defendiendo derechos esenciales que nos conciernen a todos. Es el momento de pensar, de hablar con fundamento e intentar  persuadir.También de ser prudentes y de no dejarnos engañar.  Es el momento de apoyarnos para no sentirnos solos. De ser benignamente corporativistas. 





lunes, 16 de enero de 2012

Temblor







La chica  de la melena azul se deslizaba un poco nerviosa por la cinta mecánica. De vez en cuando trotaba un rato y se inquietaba cuando tenía que pararse porque un par de adolescentes, que hablaban en paralelo con risotadas, o un ejecutivo con dos maletas le impedían el paso por un momento, antes de que ella les tocara el hombro y sonriera, sugiriendo que la dejaran pasar. Por fin alcanzó las puertas de la terminal del aeropuerto. Siguió andando deprisa entre las tiendas y las cafeterías, entre el bullicio y la soledad de los zumos de naranja y los relojes caros, hasta una de las pantallas que informaban de las llegadas de los vuelos. 17: 30  Londres: había llegado a tiempo por un pelo. Los aviones reposaban como pájaros dormidos tras el inmenso cristal que tenía enfrente. Pensó que  un aeropuerto siempre había sido para ella una alegría de libertad y recordó lo que había disfrutado leyendo sola y mirando a la gente mientras esperaba vuelos y sorpresas. Se acercó a una tienda de informática que había al lado y se entretuvo mirando el escaparate. Se volvió nerviosa hacia la pantalla. Una cascada de palabras se deslizó por ella con naturalidad,  hacia abajo: en tierra, en tierra, en tierra, en tierra. Allí estaba él como cada mes desde que lo conoció en Portobello y le regaló los pendientes que ahora se acariciaba con una sonrisa de felicidad y los ojos cerrados.

Se había hecho tarde y no había preparado la cena. Los chicos jugaban al “pro” (ese maldito juego de fútbol)  en el salón, dando voces cuando metían un gol. Su marido no había llegado todavía. Encendió un cigarro y comenzó a hacer un sofrito. El olor del ajo y la cebolla chisporroteando en el aceite se extendió benignamente por toda la casa. El cocker dorado entró en la cocina moviendo la cola y dando ladridos. Ella recordó que no lo habían sacado  todavía y ya era muy tarde, siempre pasaba lo mismo. ¡Hay que sacar al perro!, gritó. Los chicos seguían voceando pero por sus goles, sin hacer ningún caso. Volvió a gritar un par de veces y a la tercera irrumpió en el salón haciendo aspavientos, realmente enfadada. Solo entonces uno de ellos se levantó de mala gana y se dirigió a la entrada donde estaba colgada la correa. Ella siguió con el sofrito mientras escuchaba el ruido del ascensor que acabó por desvanecerse con un golpe seco. Hizo una ensalada, picó patatas y batió unos huevos. Sacó de la nevera el fiambre. Puso la mesa. Sonó el timbre. Tuvo que salir a abrir porque el otro chico no dejaba la consola. Oyó al perro arañando la puerta con las uñas (¡hay que ver como la tiene!) y a su marido y a su hijo riendo a carcajadas. Se secó las manos en el mandil y giró el picaporte. Allí estaban los tres, siempre dejando las cosas para el final y ella, siempre tocándole hacer la cena.

La chica de la melena azul no hacía más que dar vueltas. Tenía el cuello largo como un vaso de leche, tatuado en un lado con una catarata de pequeñas estrellas asimétricas. Se tocaba cada vez más a menudo el topacio de los pendientes  y comenzó a pensar que algo pasaba. El vuelo de Londres parpadeaba y era el único  que no tenía la linea completa. En el lado derecho, arriba y abajo todos estaban "en tierra", resaltados en color rojo. Pero el vuelo 3724 procedente de  Heathrow que tenía que haber llegado hacía una hora tenía un hueco, como el vacío que se iba agrandando en su vientre. Oyó un sollozo un poco apagado. Vió gente se iba arremolinando en uno de los mostradores y ya comenzó a escuchar los primeros gritos. Notó como las lágrimas se deslizaban por su mejillas. Algunas se desviaron por su cuello, atravesaron las estrellas de su tatuaje y terminaron trémulas en la punta de aquel pendiente que él le había regalado hacia seis meses en Portobello.

La cena se estaba quedando fría y ella encendió el cuarto cigarro. Cada vez cenaban más tarde y a estas horas, estaba rendida. Fue al frigorífico y cogió un bote de cerveza. Metió el dedo en la anilla y  escuchó ese sonido chispeante que siempre la había relajado un poco. Estaba bebiendo el primer sorbo cuando sonó el timbre. El chico seguía enfrascado en la consola y tuvo que salir a abrir la puerta. Echó algo de menos pero no lo supo hasta que tuvo delante a los dos policías y a su marido que estaba llorando y le hablaba de un atropello mientras la abrazaba. No había oído al perro arañar la puerta. Estaba allí tendido, junto al felpudo con los ojos muy fijos y sus largas orejas doradas acariciando el suelo.

La mañana de invierno era fresca y transparente como un limón de cristal. Bajó la rampa de urgencias,  compró el periódico en el quiosco de al lado, penetró en el olor dulce de la churrería. Le gusto ver a la abuela partiendo las roscas y al resto de la familia afanándose por atender con presteza a los clientes que pedían cafés o chocolates con un número variable de churros.  Se sentó en su mesa del rincón preferido y dio un sorbo al café con leche mientras hojeaba el periódico y oía los ecos lejanos del televisor.  Pensó que en un bar como aquel siempre estaría a salvo de las cosas malas. Miró a través de la luna a un grupo de madres llevando a los niños al colegio, a parejas de ancianos que caminaban despacio hacia el centro de salud cercano, a una mujer en bata que barría dulcemente la puerta de su casa. Descubrió a un gato gris tomando el sol en el tejado de una casa del “barrio de la hormiga” y a una embarazada que paseaba sonriendo, abrazando dos barras de pan. Todo seguía en su sitio y el asfalto por el que avanzaba aparentaba ser tan sólido como siempre. Pero algo que le contaron anoche le hizo recordar que siempre caminaría sobre un puente colgante amenazado por el viento y con muchos tableros agrietados. Decidió olvidarlo y refugiarse en la intensidad de la mañana que se deslizaba lentamente sobre todo lo que todavía era posible y lo estaba esperando allí, al final de la punta de sus dedos.



domingo, 8 de enero de 2012

Los peligros de los magos


Reconozco que cuando veo a los niños azorados, llorosos o risueños  en las rodillas de figurantes barbudos y con capas ribeteadas de falso armiño, en las puertas de los grandes almacenes o de los ayuntamientos, siento sensaciones extrañas, una leve incomodidad perturbadora.  Observo a padres o abuelos nerviosos tratando de animar a que los chiquillos vergonzosos les cuenten todos los regalos que desean,  mientras les echan fotos o graban en video el gran momento.  Suelo recordar que esas criaturas llevan casi un mes viendo anuncios incesantes por televisión que les animan a desear todo tipo de videojuegos, el maletín Nancy estudio de peinados o el peluche Gogo. También recuerdo esa sensación infantil de cierto resentimiento o incomprensión cuando al día siguiente,  al buscar ávidamente en los zapatos, se descubría que los magos no habían dejado la lista entera y siempre faltaba el anhelado Scalectrix  o la bici de carreras, a pesar de todos los  esfuerzos de bondad que se habían hecho.  Sensación que  aumentaba  al salir a la calle  y ver que los magos habían sido bastante más generosos en otras casas del vecindario, justo donde vivían las familias más acomodadas. 

Sin embargo parece haber un acuerdo social sobre la bondad de crear estas ilusiones y se montan cabalgatas con camellos y pajes y se niega, mientras se puede, que los reyes magos sean los padres e, incluso, muchos recuerdan la expectación de la noche de reyes, cuando ya son  mayores,  como  una de las mejores experiencias de su vida. Se aduce la importancia de implantar,en la inocencia de la infancia,  la fe en el poder de la ilusión,  la creencia en los milagros  de la fortuna más o menos inducidos por todo tipo de rituales o bolas de cristal, como algo fundamental para soportar las inclemencias reales de la vida. 

La creencia en utopias quizá se ancle  en esta capacidad que tiene el ser humano en distorsionar la realidad cuando le conviene. Es claro que para intentar salir de una situación inclemente hay que procurar imaginar otra mejor y aspirar acercarse a ella.  Pero hay que tener cuidado  con la ideología que se construye  porque, como ha demostrado el siglo XX, detrás de discursos elocuentes o bellas intenciones de igualdad,  prosperidad  o felicidad se han ocultado infiernos aún peores que los que se pretendían superar. Cualquier idea de mejora por muy bonita que quede en un papel debería pasar la prueba de la realidad, el experimento de observar si funciona con la gente real en el momento presente antes de implantarla de forma generalizada. Pero suele ocurrir que las utopias cerradas llevan adosada una ideología de la sospecha. Y cualquier persona que cuestione alguno de sus aspectos se convierte de inmediato en sospechosa de justificar el   injusto y execrable estado de cosas que se pretende superar. Lo que ha  conllevado, casi de manera automática, infaustas consecuencias. Una utopia quizá es siempre una distopia todavía no realizada.

Decía Borges aquello tan bonito de que "...un libro es una cosa entre  las cosas, un volumen perdido entre los volúmenes que pueblan el indiferente universo hasta que da con su lector con el hombre destinado a sus símbolos. Ocurre entonces la emoción singular llamada belleza , ese misterio hermoso que no descifran  ni la psicología ni la retórica..." Y ultimamente he sentido esa sensación, no tanto de belleza sino de fascinación por la lucidez del conocimiento que muestra, al descubrir 8 años más tarde de haber sido publicado  (lo que me obligará a buscar los cambios científicos que hayan podido producirse en este tiempo)  "La tabula rasa" de Steve Pinker.

En otras entradas exploraré algunas de las implicaciones que propone  este libro que cuestiona algunos de los mitos sobre los que se ha basado el pensamiento moderno:  la noción de "tabula rasa", la presunción  de que el ser humano nace sin mente, sin instintos y todo es potencialmente educable hasta convertirnos en iguales;  "el mito del buen salvaje" según el cual el ser humano nace con tendencias siempre benignas y es la sociedad la que le incita a la violencia y la maldad; el concepto del "fastasma de la máquina" según la cual hay un espíritu donde reside nuestra identidad que actua al margen de las condiciones y cualidades físicas de nuestro cerebro.  La tesis de Pinker es que basar buenas deseables intenciones de reforma social o personal  en mitos no sostenibles desde el punto de vista de la investigación científica, como negar el concepto de naturaleza humana puede llevar paradójicamente a hacerlas sumamente frágiles o a conseguir efectos indeseados.

Hubo un tiempo que me sentí fascinado por ese discurso de basar el sistema sanitario de un pais  en la idea de salud según la OMS ("estado de perfecto bienestar físico, psíquico y social, y no sólo la ausencia de lesión o enfermedad").  Parecía obvio que era preferible la idea positiva (salud) sobre la negativa (enfermedad). Parecía evidente que lo importante era invertir en  medidas preventivas, en educación sanitaria, en una intervención comunitaria que estimulara cambios  que llevaran  a una sociedad justa y por tanto saludable, donde todo el mundo fuera feliz. Hice cursos donde me hablaban de sistemas nacionales de salud perfectos, como Rusia o Cuba o Chile, donde se hacían programas de salud que torpemente intentabamos reproducir en ejercicios simulados.  Estuve de acuerdo  con una reforma sanitaria que asumiera que la atención primaria se tenía que basar sobre todo en la prevención y en la promoción de la salud más que en el diagnóstico y el tratamiento de los enfermos ( con lo que perdimos el prestigio clínico y el acceso a pruebas diagnósticas quizá para siempre). Me creí  la película del trabajo interdisciplinar y de los equipos de salud que iban a resolver todas las carencias históricas que había arrastrado la medicina general a la que había que cambiarle hasta el nombre .

Pero  la realidad, treinta años después, no ha sido exactamente la que esperábamos. Los paraisos de los que nos hablaban no lo eran  en absoluto. Los iluminados  que parecían conocer todos los secretos se convirtieron en torpes gestores que, salvo excepciones,  nunca supieron gestionar más que su propia y triste supervivencia.  La prevención se ha convertido en una gran negocio de medicalización y control social  para todo tipo de  grupos económicos que intuyeron un nicho de negocio o influencia sumamente rentable y fácil de publicitar a una población fascinada por el consumo. Y que, a día de hoy, cada vez hay más datos de que puede haber producido más mal que bien.  La salud se ha convertido en la legitimación de cualquier moralina más o menos bien intencionada pero insoportable en sus medios y en su estética  para ciudadanos libres e inteligentes de un pais democrático.

Paradójicamente (la atención primaria iba a ser la base del sistema sanitario) la formación de los médicos se ha sesgado progresivamente hacia la especialización y los recursos han migrado hacia la atención hospitalaria, lo que conlleva generalmente una atención con recursos máximos y por tanto la necesidad de  pedir múltiples y caras pruebas complementarias para solucionar los problemas más banales,  lo que a su vez alimenta las expectativas de la población (en un sistema gratuito) en hacerselas para cualquier malestar mínimo "no sea que vaya a ser algo malo".  La capacidad de curar se ha desplazado a los hospitales y a las máquinas, como de continuo publicitan todas las pantallas de las televisiones que nos rodean, cuando se suponía que iba a ocurrir lo contrario y la relación asistencial con el médico de familia iba a ser la base para estimular unos autocuidados inteligentes. Cada especialista prescribe, de forma casi automática, el mayor número de farmacos posibles para cualquier patología, convirtiendo la polifarmacia probablemente en el mayor problema de salud con el que ahora nos encontramos y que por cierto nadie está estudiando en serio en condiciones naturalistas, al igual que la iatrogenia de las intervenciones diagnósticas invasivas injustificadas.  El sistema sanitario español aparece fragmentado en múltiples subsistemas autonómicos que apenas comparten datos fiables, ni en muchos casos igualdad de prestaciones. Lo mejor es que todavía ofrece una atención gratuita   para todos los españoles y es muy eficaz para resolver  enfermedades agudas o complicaciones de las crónicas que precisen intervenciones especializadas.

Podría seguir pero me canso y noto que me pongo quizá demasiado tremendista y por tanto me alejo de la realidad y se me va el hilo de lo que quería argumentar. Las causas siempre son complejas pero creo que el haber montado un sistema basado en una utopía y con un discurso tan débil tiene algo que ver en lo que esta ocurriendo. La demanda se ha disparado y no se valora el coste de los servicios;  las listas de espera son eternas y no discriminan entre lo banal y lo grave;   la capacidad de autocuidado ha disminuido en vez de aumentar y se atienden catarros en los hospitales o se demanda un psicologo o un "fisio" para cualquier tropezón vital.  Y lo que es peor, esto hace que  patologías frecuentes potencialmente  graves se vean demoradas injusticada y peligrosamente y que, a pesar de la propaganda, los ciudadanos sigamos sin tener  la atención adecuada para una muerte con el menor sufrimiento y dolor posibles. Es decir se ha producido lo contrario de lo que se pretendía. Y encima ahora la crisis económica puede llevarselo por delante  porque cada vez hay más datos de que la fragmentación del sistema va a posibilitar una mayor facilidad para el desmantelamiento y la privatización de lo que hasta ahora hemos comocido, con lo que es posible que en poco tiempo una parte importante de la población pierda el acceso a  unos cuidados sanitarios de calidad. Es decir el discurso de la sanidad pública gratuita ha puesto las cosas muy sencillas a los que siempre quisieron  privatizarla. Una nueva paradoja.


Quizá alguien tendría que haber explicado a tiempo que un sistema sanitario tiene que centrarse en atender con la mayor eficacia las enfermedades de cierta importancia y solo intentar prevenir lo que esté muy claro que pueda y deba intentar ser prevenido porque vivir siempre tendrá riegos y es un riesgo mucho mayor el querer vivir sin ninguno. Y que es un privilegio que eso sea gratuito en un país, porque es muy caro y hay que cuidarlo mucho,  porque puede convertirse facilmente en no sostenible si se abusa de él. Lo demás es un problema de buena educación y de buena politica que procure ciudades más habitables; trabajos con condiciones más amables; códigos culturales menos alienantes; condiciones sociales que posibiliten la promoción de las más inteligentes y honestas cabezas que  comprendan y sean capaces de aplicar el método cientifico para la toma de las decisiones más diversas, intentando superar cualquier tipo de de sectarismo. 

Por todo eso merece la pena seguir trabajando porque, como dice David S Landes en "Riqueza y pobreza de las naciones",otro libro que quizá conviene releer en estos tiempos:

"Las personas que viven para trabajar (…y ven la felicidad como un producto derivado) son un élite pequeña y abierta al mundo, que surge espontáneamente  y está compuesta por gentes que tienden a ver el lado positivo de las cosas. En este mundo los optimistas se llevan el gato al agua, no porque siempre tengan razón , sino porque son positivos. Incluso cuando están equivocados son positivos, y esa es la senda que conduce a la acción, a su enmienda, a su mejoría y al éxito.  El optimismo educado y despierto recompensa; el pesimismo solo puede ofrcer el triste consuelo de tener razón.  La gran lección que  puede sacarse de lo dicho es que es necesario no cejar en el empeño. Los milagros no existen. La perfección es inalcanzable . No hay milenarismos. Ni apocalipsis. Hay que cultivar una fe escéptica, evitar los dogmas, saber escuchar y mirar, tratar de despejar y fijar los fines para poder escoger mejor los medios"