Según Laín Entralgo (El médico y el enfermo. Triacastela, 2003) cuando una persona “se siente enferma” experimenta alguna de estas vivencias elementales:
1. La invalidez o la incapacidad total o parcial para ejecutar alguna de las acciones de la vida humana: desplazarse en el espacio, ver, pensar, hablar, comer, etc. Estar enfermo es un “no poder” o “poder difícilmente” y de ahí una parte de los nombres que en la más distintas lenguas ha recibido la enfermedad: disease, asténeia, infirmitas…
2. La molestia, el sentimiento penoso en los más diversos grados (desde el leve malestar al dolor insoportable) y variadas formas (desde las nauseas a la astenia).
3. La amenaza, la sensación anímica de poder morir o quedar cambiado para siempre, sobre todo si sospechamos que la enfermedad es grave.
1. La invalidez o la incapacidad total o parcial para ejecutar alguna de las acciones de la vida humana: desplazarse en el espacio, ver, pensar, hablar, comer, etc. Estar enfermo es un “no poder” o “poder difícilmente” y de ahí una parte de los nombres que en la más distintas lenguas ha recibido la enfermedad: disease, asténeia, infirmitas…
2. La molestia, el sentimiento penoso en los más diversos grados (desde el leve malestar al dolor insoportable) y variadas formas (desde las nauseas a la astenia).
3. La amenaza, la sensación anímica de poder morir o quedar cambiado para siempre, sobre todo si sospechamos que la enfermedad es grave.
4. La succión por el cuerpo, la casi invencible fijación de la atención en un parte o en todo el cuerpo según sean los síntomas de la enfermedad. Un cuerpo sano es un cuerpo que no se hace perceptible, que no fija nuestra atención.
5. La soledad. Susan Sontag ("La enfermedad y sus metáforas") hablaba de la enfermedad como una segunda ciudadanía, como el lado nocturno de la vida. El enfermo se siente solo, aislado en su cuerpo con sensaciones que sabe incomunicables.
6. La anomalía. Así como la enfermedad se conceptualiza objetivamente como un estado de anormalidad el correlato íntimo es una vivencia de anormalidad, de ser diferente y distinto a los otros, inferior de algún modo.
7. El recurso. Todo estado supone un reto, una posibilidad. La enfermedad siendo un estado negativo es también una oportunidad de crecimiento desde el punto de vista existencial. Puede afrontarse de una forma u otra, permite percibir la realidad desde otra perspectiva, reestructura la escala de valores personales.
Ayer estuve viendo a un paciente jóven que había tenido, hacía menos de un mes, un infarto de miocardio y le habían hecho una angioplastia. Tenía cierta tensión en el torax y miedo a que le repitiera el infarto. Su mujer lo miraba en silencio. Después de hacerle un ECG y descartar que tuviera signos isquémicos le pregunté como se encontraba, como le había afectado lo que le había ocurrido. Al principio trató de disimular aunque su cara disonaba de sus palabras. "Me encuentro bien, pero..." Le pregunté por el sueño, por su ánimo. "Bien, bien", seguía diciendo. Pero cuéntaselo, si te hechas a llorar por cualquier cosa..., se atrevió a decir su mujer. Y entonces me contó que estaba triste y muy irritable, que creía que ya estaba acabado, que estaba pensando en traspasar el negocio, que tenía miedo a que en cualquier momento le pasara algo, que se sentía sin control sobre su vida. Había entrado en la otra ciudadanía y se encontraba perdido, aislado. Su coronarias funcionaban bien pero su corazón estaba herido. Y nadie hasta ahora le había preguntado por ello.
Entoncés le expliqué que la enfermedad, si se percibe como grave, suele tener un impacto emocional importante. Que eso le ocurre a todo el mundo y depende de "como nos tomamos lo que nos pasa". A veces exageramos, anticipamos catástrofes, nos damos una valoración global negativa y nos sentimos insuficientes, no toleramos que algo haya salido mal y que la enfermedad haya aparecido frustrando nuestros planes, lo que nos lleva a no soportar lo que nos pasa. Conceptos cognitivos básicos ( http://users.servicios.retecal.es/jureba/ ) que complementé con las enseñanzas de Lain. En estas circunstancias trato de descubrir las vivencias que tiene el paciente, le ayudo a verbalizarlas, a que se de cuenta de que son experiencias que le pueden pasar a cualquier persona y que puede haber una forma equilibrada de vivirlas, a reestructurarlas.
La enfermedad siempre es desagradable, pero no necesariamente tiene que ser terrible ni destruir una vida. Esto es especialmente importante en las enfermedades crónicas, donde mucha gente vive con continua zozobra, como si una espada de Damocles (http://es.wikipedia.org/wiki/Damocles) pendiera sobre sus cabezas. Toda enfermedad comporta un proceso adaptativo que a veces puede cruzar la raya de la normalidad y convertirse en una perturbación emocional que hay que tratar (trastorno adaptativo, depresión, ansiedad http://personal.telefonica.terra.es/web/psico/dsmiv/dsmiv.html). Es muy importante que el médico de familia sepa discriminar bien esto y tratarlo si es preciso. Es algo esencial, porque probablemente si no lo hace él no lo hará nadie y muchos enfermos pueden tener una enfermedad controlada y una vida angustiosa.
Alguna vez leí que quizá para ser un buen médico había que haber estado previamente enfermo. En cualquier caso un médico tiene que ser consciente de la distancia esencial que hay entre su situacion y la del enfermo. Para él la enfermedad es un material de trabajo diario, una rutina, sobre todo cuando el trabajo se acumula y ve muchos enfermos al día. Puede sentirse interesado solo por los aspectos técnicos de su oficio y olvidar que para el enfermo esos instantes pueden constituir algunos de los momentos más esenciales y cargados de emocionalidad de su vida. A veces me asombro que intervenciones muy sofisticadas desde el punto de vista organico por parte de algunos especialistas esté tan huérfanas de algún tipo de apoyo psicológico, de calor humano. En los hospitales, cada vez más, cada especialista se centra en su parcela y a menudo desconoce y deriva todo lo demás. Sin embargo cualquier médico debería tener la actitud, la formación y la madurez para apoyar psicológicamente a los pacientes de una manera profesional. Eso es algo que tiene que hacer con sentido de la oportunidad el que interviene, algo que no puede derivarse sistemáticamente a otros profesionales, que precisa dedicarle un tiempo (lo que falta muy a menudo). Es algo que pertenece a la historia de la medicina, que tuvieron los griegos y médicos legendarios como Marañón o Jimenez Diaz, que no puede abandonarse sin perder algo esencial en nuestra práctica y sin que los pacientes padezcan un sufrimiento inutil que podría haberse intentado mitigar.
Ayer estuve viendo a un paciente jóven que había tenido, hacía menos de un mes, un infarto de miocardio y le habían hecho una angioplastia. Tenía cierta tensión en el torax y miedo a que le repitiera el infarto. Su mujer lo miraba en silencio. Después de hacerle un ECG y descartar que tuviera signos isquémicos le pregunté como se encontraba, como le había afectado lo que le había ocurrido. Al principio trató de disimular aunque su cara disonaba de sus palabras. "Me encuentro bien, pero..." Le pregunté por el sueño, por su ánimo. "Bien, bien", seguía diciendo. Pero cuéntaselo, si te hechas a llorar por cualquier cosa..., se atrevió a decir su mujer. Y entonces me contó que estaba triste y muy irritable, que creía que ya estaba acabado, que estaba pensando en traspasar el negocio, que tenía miedo a que en cualquier momento le pasara algo, que se sentía sin control sobre su vida. Había entrado en la otra ciudadanía y se encontraba perdido, aislado. Su coronarias funcionaban bien pero su corazón estaba herido. Y nadie hasta ahora le había preguntado por ello.
Entoncés le expliqué que la enfermedad, si se percibe como grave, suele tener un impacto emocional importante. Que eso le ocurre a todo el mundo y depende de "como nos tomamos lo que nos pasa". A veces exageramos, anticipamos catástrofes, nos damos una valoración global negativa y nos sentimos insuficientes, no toleramos que algo haya salido mal y que la enfermedad haya aparecido frustrando nuestros planes, lo que nos lleva a no soportar lo que nos pasa. Conceptos cognitivos básicos ( http://users.servicios.retecal.es/jureba/ ) que complementé con las enseñanzas de Lain. En estas circunstancias trato de descubrir las vivencias que tiene el paciente, le ayudo a verbalizarlas, a que se de cuenta de que son experiencias que le pueden pasar a cualquier persona y que puede haber una forma equilibrada de vivirlas, a reestructurarlas.
La enfermedad siempre es desagradable, pero no necesariamente tiene que ser terrible ni destruir una vida. Esto es especialmente importante en las enfermedades crónicas, donde mucha gente vive con continua zozobra, como si una espada de Damocles (http://es.wikipedia.org/wiki/Damocles) pendiera sobre sus cabezas. Toda enfermedad comporta un proceso adaptativo que a veces puede cruzar la raya de la normalidad y convertirse en una perturbación emocional que hay que tratar (trastorno adaptativo, depresión, ansiedad http://personal.telefonica.terra.es/web/psico/dsmiv/dsmiv.html). Es muy importante que el médico de familia sepa discriminar bien esto y tratarlo si es preciso. Es algo esencial, porque probablemente si no lo hace él no lo hará nadie y muchos enfermos pueden tener una enfermedad controlada y una vida angustiosa.
Alguna vez leí que quizá para ser un buen médico había que haber estado previamente enfermo. En cualquier caso un médico tiene que ser consciente de la distancia esencial que hay entre su situacion y la del enfermo. Para él la enfermedad es un material de trabajo diario, una rutina, sobre todo cuando el trabajo se acumula y ve muchos enfermos al día. Puede sentirse interesado solo por los aspectos técnicos de su oficio y olvidar que para el enfermo esos instantes pueden constituir algunos de los momentos más esenciales y cargados de emocionalidad de su vida. A veces me asombro que intervenciones muy sofisticadas desde el punto de vista organico por parte de algunos especialistas esté tan huérfanas de algún tipo de apoyo psicológico, de calor humano. En los hospitales, cada vez más, cada especialista se centra en su parcela y a menudo desconoce y deriva todo lo demás. Sin embargo cualquier médico debería tener la actitud, la formación y la madurez para apoyar psicológicamente a los pacientes de una manera profesional. Eso es algo que tiene que hacer con sentido de la oportunidad el que interviene, algo que no puede derivarse sistemáticamente a otros profesionales, que precisa dedicarle un tiempo (lo que falta muy a menudo). Es algo que pertenece a la historia de la medicina, que tuvieron los griegos y médicos legendarios como Marañón o Jimenez Diaz, que no puede abandonarse sin perder algo esencial en nuestra práctica y sin que los pacientes padezcan un sufrimiento inutil que podría haberse intentado mitigar.
Excelente post.
ResponderEliminarLástima de los 5 o 4 minutos por paciente.
Iñaki.
Excelente reflexión.
ResponderEliminarSaludos!!
Incluso que la actitud optimista y el positivismo pueden ayudar a superar la enfermedad más rápido, ¿o es una leyenda urbana?
ResponderEliminarExcelente entrada. Me parece que es muy importante indagar, aunque sea brevemente, sobre la repercusión emocional de la enfermedad en cada paciente. En ocasiones, despejaremos alguna falsa angustia. Otras veces, solo podremos acompañar... Obviamente ésto es posible cuando el tiempo lo permite, y sabemos que no siempre es así.
ResponderEliminarNo me parece imprescindible que un médico pase por una enfermedad grave para entender lo que se siente. Pero cuando sucede, constituye sin duda una experiencia valiosa que nos acerca más a los pacientes y nos facilita la empatía.