martes, 9 de agosto de 2011

Antoñito



Eran mis primeros tiempos en Madrid (quizá 1978) y colaboraba con un periódico de Ciudad Real que duró poco tiempo, así que me pasé por la Casa de la Mancha que estaba cerca de Sol porque me había enterado que iba a haber una reunión de artistas y escritores manchegos. Recuerdo que el sitio parecía realmente un casino de pueblo manchego con sus olores a tabaco rancio y a fritanga, la luz un poco mortecina y los hombres solos que ojeban una y otra vez un periódico pasado de fecha o se juntaban para echar una partida interminable. Pero allí estaba Antonio, Antoñito le llamaba todo el mundo con una familiaridad que me parecía excesiva pero que era coherente con su actitud y aspecto. Era ya muy famoso y pertenecía a la cuadra de la Marlborough desde hacía muchos años pero se comportaba como alguien muy tímido que quiere pasar desapercibido y que intenta ser afable y modesto con todo el mundo. Vestía con desaliño, como un agricultor manchego en la taberna después de terminar el trabajo y haberse lavado un poco la cara y las manos. Allí estaba otra gente como Eladio Cabañero también desaliñado, ejerciendo de manchego con uniforme de pantuflas que lucía a menudo por el Gijón aunque llevara muchos años en Madrid. También estaba García Pavón, al que luego hice una entrevista que no publiqué, del que había leído mucho y admiraba sobre todo por "Los liberales", un libro que refleja un mundo amable y extinguido que hubiera podido ser una tradición habitable. Con Felix Grande constituían el grupo de tomelloseros ilustres que había conseguido triunfar en Madrid.


Trato de recordar ese día y si crucé alguna palabra con él. Por aquella época su pintura figurativa no era muy valorada entre los que querían ser modernos y abstractos o estudiaban Bellas Artes. Aunque creo que todos lo envidiaban en secreto sobre todo porque era un pintor consagrado, lo que todos querían ser aunque en ese momento lo negaran con discursos que impugnaban la mercatilización del arte. También porque su pintura y el discurso con el que la sostenía (en eso no era modesto ni débil) era neto, sólido, poco influenciable por las modas circunstanciales tan frecuentes en aquella época y en lo que vino después. Antonio era un pintor seguro de sus cualidades y de su oficio, que sabía el mundo que quería reflejar y se dedicaba a ello en alma y cuerpo, como quien se sabe elegido para una causa.


Recordé esto viendo la impresionante exposición que le dedica la Thissen. Impresionante por su maestría y también por el mundo que acierta a reflejar. En sus cuadros está una cierta España profunda que a mí me perturba y de la que me he pasado huyendo toda la vida. Es como si de niño su sensibilidad le hubiera procurado una visión que ya no le ha abandonado nunca: un mundo de espectros tras la aparente realidad al que miran ensimismados los ojos de todas sus esculturas, incluida la que lo representa todavía joven pero ya viejo, como un campesino sin edad y sin futuro siempre amenazado por la calamidad y una muerte que no acaba de llegar del todo pero que ha conocido y le espanta desde niño porque no ve distracción posible. Por eso los cuerpos esculpidos, incluso los de los niños, parecen muertos y no tienen ni un atisbo de erotismo, ni esperanza, ni casi vida.


Curiosamente la representación de objetos o fragmentos de ciudad o de casas contienen mayores reflejos de vida: la que queda en cualquier ambito cuando pasa el tiempo y la gente, cualquiera que sea su condición o estado. En una ventana de un piso queda reflejada la vida de la emigración pobre y fracasada; en un urinario sucio, la desesperanza de los bares de hombres solos y vencidos; en una alacena, el mundo asfixiante de la postguerra con los espectros de las niñas muertas de tuberculosis; en los retratos, el mundo todavía amenazado de los años cincuenta pero ya con un germen de esperanza; en los grandes cuadros de Madrid la ciudad como posiblidad permanente en la que es posible refugiarse si se sabe mirar.


Las rosas y los membrillos se salvan de la devastación y son la única fuente de belleza, el único descanso que parece permitirse un hombre que por otro lado salió hace décadas de ese mundo, que ha vivido en grandes ciudades modernas, que debe haber frecuentado ámbitos sofisticados, que probablemente ha sido razonablemente rico y valorado. Pero que parece preso de un personaje y de una querencia que lo atrae fatalmente y quizá lo haga sufrir. Sus cuadros poseen la tecnica de muchas generaciones de pintores geniales pero el mundo que reflejan es fijo como el de Hooper o el de Rulfo. Contemplándolo uno añora la alegría, el aire fresco, lo mondaine, las mujeres bellas, la playa, los niños sonrientes, las canciones de los Beatles. Y decide de nuevo huir de una vez de todo eso de todas las manera posibles. Olvidarlo para siempre.

1 comentario:

  1. A Antonio le gusta que le atraiga la tierra puestoq ue es un hombre humilde (latina humus)y no pierde el sentido de tener los pies en la tierra y respetuoso ( respectum) de haber visto, de seguir mirando lo que hay alrededor. No pienso que ambas cualidades sean una fatalidad, más bien una virtud que se refleja muy bien en sus cuadros .Ese mirar de lejos y de cerca y pensar que el lugar que ocupamos es circunstancial y transitorio.

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