sábado, 11 de julio de 2009

Encierros

Elisabet Badinter http://fr.wikipedia.org/wiki/%C3%89lisabeth_Badinter, en La identidad masculina (Alianza editorial, 1992), argumenta que en la mayoría de las culturas no es fácil sentirse un hombre de verdad, que las mujeres desde que tienen la menarquia nunca dudan de su condición, pero que los varones precisan de complicados y crueles ritos de iniciación para demostrarse que no son mujeres, que no son homosexuales, que son fuertes y no son ya unos niños. Tienen que demostrar, con pruebas, ser hombres auténticos, como si la masculinidad no se otorgara automáticamente y tuviera que fabricarse, siempre con el riesgo de no ser suficientemente macho o serlo demasiado.

También cuenta que Hemingway tuvo una madre autoritaria y fuerte que lo disfrazó como una chica durante varios años y un padre débil, sin autoridad, con el que no pudo identificarse y que toda su vida dudó de su masculinidad. Quizá por eso se pasó la vida odiandola ("como ningún hombre ha podido odiar a su madre", según le escribió en una carta a su amigo Dos Passos) y buscando el riesgo, como una forma de encontrar una sensación de identidad masculina que no sentía. Tenía, al parecer, motivos personales para que le gustaran las guerras, las armas el alcohol y los sanfermines. Quizá aparentaba valentía pero muy probablemente sabía resguardarse en burladeros seguros o solo huía hacia delante, una forma como otra cualquiera de ser un cobarde y un nihilista.

Estos días no he podido evitar ser invadido por el despliegue mediático alrededor de los sanfermines. La mayoría de cadenas de TV y radio los están retramitiendo en directo, con todo tipo de medios y bellas locutoras con un pañuelo rojo en el cuello. He visto a concejalas gritando desde balcones que viva un santo, el mismo al que cada mañana le cantan los mozos (en español y en euskera) que van a correr el encierro, para que no les pase ningun percance. He visto a intelectuales hablando de la alta cultura que representan estas fiestas y a médicos que se ufanan del gran dispositivo sanitario allí montado para tratar cornadas y borracheras. He oído hablar de carreras bonitas y feas, comentadas por voces emocionadas que sobre todo apelan a la tradición para justificarlo todo.

A los mozos que he visto agolparse en el encierro seguro que no les faltaba ninguna vacuna. Es muy probable que unas madres abnegadas los hayan llevado de pequeños a todas la revisiones de los mejores pediatras; que les buscaran la mejor guardería, el mejor colegio que pudieran permitirse, que los alimentaran con las mejores leches, potitos y petit suiss. Es posible que algunos de sus padres hubieran dejado de fumar hace años para que el humo del tabaco no dañara pasivamente sus pulmones y que estuvieran ahorrando para pagarles algún master o unas clases de inglés en un país extranjero. Quizá los muchachos que estén trabajando no hayan dejado de acudir a sus reconocimientos laborales y algunos serán practicantes de una dieta sana.

Sin embargo ahí están jugándose la vida convencidos de que participan en una gesta memorable. Se pueden buscar causas antropológicas, profundos complejos de Edipo o infancias difíciles con madres autoritarias. Se puede pensar que "molan mazo las subidas de adrenalina" y que hay que evadirse a través de la trasgresión y el riesgo en la fiesta, porque si no la vida es insoportablemente aburrida y sentimos el aliento de la muerte. Pero también puede hablarse de superstición y barbarie. De un país que ha abdicado de la racionalidad, el conocimiento y el progreso.

Pero todo eso da igual. Veo la foto de un chico joven con la cara ensangrentada y se que ha muerto. Una muerte que sí hubiera podido prevenirse y evitarse. No ha sido un accidente. Ni ha intervenido ningun santo.

1 comentario:

  1. Brillante, Ramón.Al nivel de los mejores ariculistas. La medicina ha robado un talento al periodismo.

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