Éste, aunque lo niegue el termómetro o el sol que aún persiste algunas tardes, es un otoño más frío, más gris y más melancólico que el de otros años. Como las hojas de los árboles a las que, tras cambiar de color, un soplo de viento como un escalofrío, las hace tomar conciencia de que su vinculación al árbol no era tan sólida como suponían y luego solo esperan ya ser arrancadas y fatalmente desprenderse ondulando hasta el suelo, este otoño caen sin pausa también los empleos como las hojas de los almendros, de los fresnos o los cerezos.
Todo comenzó hace casi cuatro años como un ruido de fondo persistente en los medios de comunicación sobre una crisis económica que no ha parado de crecer, luego se fue concretando en el rumor de un ERE en la empresa (“no pasa nada, llevo muchos años, cumplo mis objetivos, me llevo bien con todo el mundo”), al fin una llamada telefónica como otras de las tantas que hace el jefe al día:“Oye lo siento la empresa ha decidido prescindir de equis puestos y tu estás en la lista, dejas de trabajar con nosotros a final de mes”. Entonces comienza el descenso, el bamboleo en el aire, la sensación de incredulidad, de vértigo, de rabia incluso de culpa. “¿Que no he sabido hacer?, ¿en qué he fallado?, ¿me tuve que haber callado en aquella reunión?, ¿porque me ha tocado a mí? ¿porque han dejado a fulano si cumplía menos objetivos que yo? ". Hasta llegar al suelo: la mirada esquiva de los compañeros, contemplar a los chicos mientras duermen con lágrimas en los ojos, los intentos de tener coraje ( “no pasa nada, seguro que encuentro otro trabajo,lo he hecho otras veces, puedo volver a hacerlo”).
La consulta se me va llenando en los últimos meses de personas a la que les han ocurrido cosas así. Generalmente aducen en principio otros motivos: les duele la cabeza, la espalda o han ido a urgencias por un dolor torácico. Vienen muy preocupados, dispuestos a pensar que su malestar procede de una enfermedad que pueda atajarse con muchas pruebas, con una pastilla o con los cuidados de un "fisio". Muchos están entre los treinta y los cuarenta años y algunos son universitarios que nunca habían terminado de tener un empleo coherente con su formación ni por supuesto han estado bien pagados. Historiadores del arte que han sido despedidos como administrativos; ingenieros que cobran poco más de mil euros y les cierran la empresa después de años trabajando 10 o 12 horas al día; becarios eternos de distintas disciplinas en la universidad a los que se les va a evaporar la beca por los recortes; biólogos que trabajan de visitadores médicos y un día dejan de hacerlo por sorpresa y sin explicaciones; economistas subempleados con años en el extranjero y dos idiomas a los que marginan y minusvaloran, para que se vayan, en una pequeña empresa de provincias, de esas que según dicen son la esperanza económica de este país. Periodistas que despiden de diversos medios sectarios en los que nuncan querrían haber trabajado.
Hay otros: los currantes de toda la vida que han ido perdiendo el empleo en la construcción y a los que ya se les va terminando el seguro de paro; los chicos que abandonaron los estudios y ni siquiera llegaron a trabajar porque se perdieron en la niebla de la desmotivación y el nihilismo; los emigrantes que cuidaron a los viejos más difíciles y que ahora sienten la hostilidad de los mismos que antes los utilizaban para las tareas que ellos no querían hacer. Quizá pronto también lo pierdan algunas de las mujeres que trabajan en la ayuda a domicilio o muchos de los que trabajan desde hace años en diversos servicios sociales y quizá ni siquiera pudieron optar a consolidar la plaza. Hay muchos más incluidos los emprendedores que no han podido sacar adelante sus empresas porque sus clientes (la administración entre ellos) dejaron de pagarles hace muchos meses.
Albert Ellis en su Manual de terapia racional emotiva pone el ejemplo de la pérdida del trabajo para ilustrar su modelo de psicoterapia. Si alguien se siente deprimido o ansioso, no puede dormir y es casi incapaz de levantarse de la cama y lo achaca a que lo han echado del trabajo, hay que hacerle ver que esa no es la causa directa o automática de lo que le ocurre. No todo el mundo que es despedido en parecidas circunstancias sociales y personales se siente igual. La diferencia estribaría en como se lo toman, en lo que se dicen a sí mismos de lo que les ha ocurrido. Si piensan de manera tremendista ("nunca volveré a encontrar trabajo", "no debería haberme sucedido esto", "da igual lo que haga siempre tendré mala suerte"…) y se culpan a sí mismo o se atribuyen incapacidad ("no valgo para nada", "soy incapaz de mantener una familia", "soy débil e inepto para competir"…) es más probable que tenga emociones disfóricas y conductas autodestructivas. En cambio si tienen unas cogniciones más realistas ("es desagradable perder un trabajo pero voy a intentar prepararme y hacer lo necesario para conseguir otro", "no es mi culpa que me hayan echado o quizá cometí un error pero analizaré lo que ha sucedido y aprenderé para la próxima ocasión", "puede ser dificil encontrar un nuevo trabajo pero lo intentaré una y otra vez hasta que lo consiga", "trataré de disfrutar de la vida incluso en estas circunstancias sin anticipar acontecimientos y afrontando uno a uno los problemas reales que se vayan presentando") es probable que se sientan solo frustrados y con conductas activas y bien orientadas a conseguir superar la situación negativa que viven. Es decir A (el acontecimiento activador) no es directamente la causa de C (las consecuencias emocionales y conductuales). Lo determinante sería B (las creencias acerca de A).
Tengo el libro en las manos y veo que lo compré en Julio de 1990. Desde que lo leí he tratado de ayudar a mis pacientes aplicando estas ideas. En concreto a los que padecían un trastorno adaptativo porque habían perdido su empleo. Los he animado a mantenerse activos, a formarse más, a entrenarse en cuestiones prácticas (como ejercitarse en hacer entrevistas de trabajo), a no dejar de intentar seguir buscando trabajo sin nunca dejar que el fracaso afectara a su aceptación incondicional como personas. En muchas ocasiones he sido consciente de que en estos consejos ha existido una cuestión personal, quizá un ingénuo "cuento de la lechera" que creo que es compartida por muchas personas de mi generación. Fuimos hijos de familias humildes en las que quizá no había ningún universitario; nuestros padres fueron austeros y trabajadores para que nosotros estudiáramos; pudimos acceder a vivir en ciudades más grandes, en entornos más creativos y ricos culturalmente; incluso tuvimos todavía la posibilidad de sacar oposiciones de forma independiente y acceder a un trabajo estable, sin tener que debérselo a nadie, en distintos cuerpos de la administración o de trabajar en empresas en las que parecía valorarse la competencia profesional. Una fantasía meritocrática y progresista que tenía sentido en un pais tradicionalmente clientelar y en el que no era fácil sustraerse a este dicho tan castizo: "quien no tiene padrinos no se bautiza".
En el fondo, a pesar de mi afición a las novelas y películas negras, siempre he pensado que al final terminan encontrando un lugar mejor en el mundo laboral los que más se esfuerzan, los que tienen más conocimientos, más talento, más creatividad, más inteligencia, más capacidad de innovación, más honestidad, mejores manos: los que intentan hacer mejor su trabajo, sea el que sea, en definitiva. Cada día contemplo diferencias abismales en como desarrollan el mismo trabajo dos personas diferentes y siempre he pensado que hacerlo mejor (con todas las dificultades que tiene medir esto) debería representar una ventaja para encontrar un trabajo o para progresar en él. Por eso utilizaba las ideas de Ellis para estimular a los que me pedían ayuda porque me parecían coherentes con esa idea meritocrática que además me parecía profundamente democrática si partía del principio de igualdad de oportunidades, es decir desde una educación pública de calidad.
Sin embargo ahora encuentro que lo que más afecta a muchos de los parados con los que hablo es que tienen la sensación de que los han despedido sin tener en cuenta la calidad del trabajo que desempeñaban y que, por tanto, no saben si formarse más y aumentar su competencia va a servirles de algo para encontrar uno nuevo. Con los recortes desaparecen por mucho tiempo oposiciones para empleo público ya antes fragmentadas en multitud de autonomías(cuando no amañadas de alguna forma). Mientras que en el sector privado la tendencia es al subempleo casi humillante en empresas grandes y pequeñas. De nuevo parece pesar más de forma clamorosa conocer a alguien que te enchufe en algún sitio que el bagaje profesional que se posea. Lo que está haciendo que muchos de los mejor preparados estén huyendo a otros paises. Probablemente la profundidad de la crisis económica en España tenga que ver también con que en todos los niveles de la política se haya impuesto también el arribismo y no estén tomando decisiones trascendentales precisamente los mejores.
Imagino que Ellis diría que hay que seguir intentándolo y no dejarse arrastrar al desánimo, lo que además favorecería a los que más se benefician de este estado de cosas. Habría que tener un egoismo inteligente y estar abiertos al conocimiento para gozar más de la vida, para tener más recursos para sobrevivir, para saber analizar mejor los errores y no repetirlos, para intentar cambiar lo que no nos gusta, para cimentar mejor nuestro coraje. Hacerlo no asegura nada, pero no hacerlo asegura el fracaso y la melancolía. La historia ha visto muchos momentos malos, muchos peores que éste y en ellos ha habido gente que ha sabido persistir en saberes y actitudes que luego les han llevado a triunfar. Incluso tener un saludable optimismo como Karl Popper cuando escribía "la sociedad abierta y sus enemigos" en medio de la catástrofe de la segunda guerra mundial. Quizá haya que quedarse con su palabras para resistir el frío del invierno y comenzar a reaccionar paso a paso:
"Rechazad la fragmentación del conocimiento, pensad globalmente, no os dejéis sofocar por el crecimiento de las informaciones, rechazad el desencanto de Occidente y el pesimismo histórico, ¡ya que tenéis la suerte de vivir a finales del siglo XX! No caigáis víctima de la nada, ni del terrorismo intelectual, ni de las modas, ni del dinero ni del poder. ¡Aprended a distinguir siempre y en todas partes lo Verdadero de lo Falso". Karl Popper en conversación con Guy Sorman, en Los verdaderos pensadores de nuestro tiempo, Seix Barral 1991
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