martes, 10 de noviembre de 2009

Ruido

Lo pienso algunas mañanas cuando salgo a hacer algún domicilio. A veces es una mujer mayor que vive sola en un piso de pasillo interminable, ya lóbrego y poco ventilado, con un salón donde retratos deslucidos miran desde muy lejos la soledad de su dueña, sus múltiples dolores, el miedo de las noches en blanco, los interminables días de un tiempo que se presiente irremediablemente acabado. Otras cuando me dan un aviso en una guardia y visito un piso con gente de distinta edad. Pueden habitarlo nucleos familiares diversos con niños, adolescentes, estudiantes, gentes de mediana edad o ancianos a cargo de una cuidadora. Cambia el decorado, el olor, los rostros, las actitudes, la clase social pero casi nunca falta una banda sonora común en cualquier momento del día: el ruido estrindente, continuo, parpadeante de una televisión encendida.

Mi generación vivió la aparición de la tele en los años sesenta cuando la iban consiguiendo poco a poco algunos vecinos o parientes privilegiados a los que se visitaba de vez en cuando para ver algún partido de futbol o uno de esos concursos o programas de variedades que trataban de distraer las noches del sábado de aquellos años. Era una televisión en blanco y negro con dos cadenas y dos rombos para casi todo lo que nos interesaba a los adolescentes de entonces. Luego llegó, casi a la vez que la democracia la tele en color y las cadenas privadas y parecía que todo iba a ser calidad, cultura y pluralidad. Una puerta abierta al mundo con noticias independientes, buenas películas y documentales, conciertos estupendos, concursos divertidos, debates inteligentes, buenas series o magazines. Una televisón que además de distraer instruyera, que ayudara a crear ciudadanos inteligentes con códigos de comunicación compartidos.

Me resisto a creer eso de que cualquier tiempo pasado fue mejor. No lo creo. Pero a veces cuando estoy en un hotel solo y zapeo un rato entre las innumerables cadenas me asombro de lo poco que se puede ver en ellas. También constato que me invade un sentimiento cercano a la melancolía que de inmediato corto apagando el televisor y poniendome a leer o a ver una buena película en el ordenador. Los distintos canales me proyectan un mundo hostil y aburrido lleno de gente vociferante y catastrofes; de sangre y programas de cocina; de videntes y ruedas de la fortuna; de partidos de futbol interminables y politicos dudosos. Y pienso cómo puede influir todo eso en gente que está todo el día inmersa en ese ruido, en las repercusiones que para su salud, sus relaciones o su felicidad puede tener. Tengo la sensación de estar asistiendo en la consulta a un cambio de estilo relacional, a una modificación de expectativas vitales, a la aparición de una nueva forma más o menos velada de analfabetismo.

Muchos de los pacientes que visito no pueden salir de su casa y su único contacto con el mundo es la pantalla de la televisión. Están solos y necesitan encender el aparato para romper su soledad pero les devuelve un mundo que muchas veces los perturba y casi les hace tener miedo de salir a la calle. Pasan malas noches que serían más benignas si pudieran ver aquella película que tanto les gustó u otros programas que les resultaran entretenidos o útiles. Es dificil expresar esto mejor que lo hace Carlos Boyero en http://www.elpais.com/articulo/Pantallas/Desprecio/elpepirtv/20091108elpepirtv_3/Tes . No me resisto a poner un par de párrafos:


Dos personas muy ancianas, imposibilitadas por sus problemas físicos para frecuentar la calle, con su mundo limitado a la perenne compañía de la televisión, con la certidumbre de que las noches se hacen eternas cuando la duermevela o el insomnio se transforman en algo angustiosamente cotidiano, me cuentan que desde hace tiempo se meten en la cama a las diez de la noche porque no hay nada que les guste en esa ventana que les comunica con el exterior, es imposible seguir el argumento de las películas debido a la interminable publicidad, aparece gente muy rara que no para de gritarse. Me aseguran que ese espectáculo les ataca los nervios, les atonta. Prefieren la vigilia, dormitar a ratos, esperar en la oscuridad que pase la noche. Expresan esas molestas sensaciones con lenguaje elemental, sin razonamientos intelectuales, resignadas.
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La Cosa Nostra de ese negocio incalculable y apestoso llamado fútbol suspende su huelga (aun más ajusticiable que la de pilotos o banqueros) si a cambio se establecen leyes que anulen el fútbol televisado en abierto. La plebe tiene jodido en los tiempos que padece asegurarse el pan, pero tampoco le van a regalar el circo. Las empresas de comunicación, conservadoras o progresistas, están de acuerdo en que hay que pagar siempre por disfrutar en la tele de los codiciados gladiadores. Y el que no pueda abonarse, que vaya al bar más próximo a divertirse con el fútbol. ¿ Y si tampoco hay pasta para las obligadas consumiciones? Pues, que se jodan. Que no solo de fútbol sobrevive el paria.

Decía Epicuro que a lo largo de la vida convenía hacer acopio de buenos recuerdos para luego utilizarlos en los malos días. Sin embargo esto no siempre es fácil y la mayoría de las personas necesitamos estímulos que faciliten la memoria emocional. Las nuevas tecnologías deberían posibilitar que la buena cultura llegara a todos, que el entretenimiento no embrutecedor formara parte de lo que cualquiera puede disfrutar. Alguien debería encargarse de eso al menos en las televisiones públicas que tan caras nos salen a todos. Sin embargo lo único que se ha declarado de interes general han sido algunos partidos de futbol. Y ya ni siquiera eso. Lo que sale por televisión es el perfil de nuestra civilización, la construcción del mundo que nos proponen los diferentes poderes sociales. No me extraña que ante este espectáculo la gente siga fumando para soportar las noches insomnes. Y habrá quien piense en prohibírselo.

1 comentario:

  1. este es espectacular... y lipotweski acaba de publicar ya en español "la pantalla global", pesado de leer pero acertado.

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