miércoles, 12 de octubre de 2011

Más sobre el Dr. Murray


Casi había olvidado al Dr. Murray porque dos años es mucho tiempo y pasan tantas cosas en el mundo que ocupan la escena mediática que es difícil guardar una proporción del tiempo y de la importancia de las cuestiones que a uno le interesan. Además me había prometido irme distanciando en este blog de la medicina como actualidad para solo tocarla tangencialmente a través de otros ámbitos que ahora me interesan más. Pero El Dr. Murray aparece de nuevo en medio de toda la parafernalia del juicio sobre la muerte de Jackson al que se busca librar de toda responsabilidad y traspasarla a un chivo expiatorio propicio, en este caso su médico. Hace dos años escribí esta entrada y ahora pasado el tiempo me parece todavía más pertinente. Parece que la haya leído el fiscal del caso cuando pone el dedo justo en la llaga de la cuestionable relación médico- paciente que existía entre los dos y exige responsabilidad a uno (el médico) para quizá eximir al otro (el cantante) y que permanezca eternamente el mito de masas, siempre una víctima de las circunstancias, nunca responsable de ninguno de sus actos salvo de la genialidad de sus canciones.

"No existía una relación doctor-paciente", explicó Walgren (el fiscal). Más bien se trataba de un intercambio interesado, en el que Murray actuaba como un mercenario a cambio de dinero por sus servicios. "…“Era una relación de empleado y empleador", dijo el fiscal, que informó de los 150.000 dólares al mes que cobraba el doctor por nominalmente ocuparse de la salud del astro. "Era un empleado y como tal actuó, no utilizó los criterios médicos adecuados".


Ya lo describía de forma memorable Chadler y lo hemos visto o leído muchas veces en libros o películas. También es fácil que lo hayamos contemplado alguna vez directamente. En esta sociedad se puede comprar todo y, si se necesita, también un médico que se pliegue a los caprichos más o menos oscuros del que paga. Alguien terminará haciendo una película sobre la muerte de Jackson y es fácil fantasear con algunas escenas del guión. Por ejemplo, es probable que incluya alguna con un Jackson, adicto y desquiciado, gritando entre insultos o súplicas al médico que le ponga su “leche” a la que cree tener derecho porque le paga bien. El médico dudará angustiado tratando de calcular la peligrosidad de la dosis o quizá ya habrá cruzado esa línea y solo hará lo que le mandan con cierta indiferencia, pensando que no es su problema y que quizá esta vez tampoco pase nada y que él también merece ser rico. Quizá nunca sabremos la verdad. Ahora al Dr. Murray se le trata de presentar como alguien inepto que ni siquiera sabía hacer un masaje cardiaco y solo pensaba en escurrir el bulto, cuando antes parecía ser un cardiólogo competente que incluso se despidió por carta de sus pacientes antes de sucumbir a un buen sueldo.


Pudiera parecer que el dilema moral del Dr. Murray es algo que solo se presenta en ciertos extremos, cuando un médico se mete en mundos turbios como, por ejemplo, en el deporte de alta competición donde, de vez en cuando, saltan escándalos de dopaje y donde los mánagers quieren controlar el trabajo médico como el de un empleado al servicio del club, como reivindicó Mourinho hace unos días. La mercancía pagada a precio de oro que son los jugadores tiene que ser reparada en plazos cada vez menores, quizá corriendo cada vez más riesgos aunque se transgreda la ortodoxia médica.


Pero a poco que se piense se observa que surgen situaciones similares en el trabajo médico de cada día. Cuando comencé a trabajar en un pueblo a principios de los años 80 ya percibí el precio que médicos de la anterior generación pagaban por las “igualas” que yo entonces veía tan mal. El sobresueldo solía salir caro y frecuentemente suponía plegarse a imposiciones y caprichos variados, generalmente a deshora, aunque hubiera mucho aparente respeto de por medio. Pronto comprobé que también sin ellas tenía presiones de todo tipo para hacer cosas con las que no estaba de acuerdo y que a menudo trasgredían la ortodoxia médica. Simplemente el no recetar algo que me proponían por variados motivos (lo habían tomado otras veces, o “ido de paga” o lo que fuera) y que yo no consideraba adecuado o incluso consideraba peligroso. Frecuentemente la respuesta era: ”para eso está usted aquí” o “para eso le pago” lo cual ponía de manifiesto que los usuarios del seguro comenzaban a sentirse empleadores del médico y por tanto lo consideraban a su servicio.


No hay que decir que las expectativas sociales no han hecho más que crecer en los 30 años que llevo trabajando. Y que cada día tengo varios episodios que ponen a prueba mi asertividad en forma de negar una baja que considero inapropiada o recetas con las que no estoy de acuerdo y que me vienen inducidas sin ningún informe que las justifique o derivaciones caprichosas sin indicación clínica o certificados de todo tipo en los que se me pide de que me haga responsable de cualquier tontería o banalidades conscientes que se presentan como una urgencia de madrugada porque a alguien le viene bien esa hora. Muy a menudo recibo hostilidad por esos y otros motivos unido a la frase: ”pues para eso pago”. Y estoy seguro que lo que quizá esa vez yo he negado lo haré otro día o lo hará otro. Si alguien presiona lo suficiente termina consiguiendo lo que quiere.


Ahora que hay crisis económica y que parece que va a haber recortes brutales e indiscriminados convendría preguntarse qué hubiera ocurrido si los médicos hubiéramos tenido el coraje de actuar con criterios racionales y adecuados a la evidencia médica (soy consciente de lo difícil que es ponerse de acuerdo en eso y lo variable que es pero cualquiera que pase consulta sabe a qué me refiero) resistiéndonos de forma razonable, cada uno en su nivel, a pedir pruebas diagnósticas no justificadas, a no indicar intervenciones sin beneficio claro o de complacencia, a prescribir medicación que realmente no haya demostrado ser eficaz, a dar bajas sin motivo clínico, a medicalizar problemas no médicos o síntomas menores.


Qué hubiera ocurrido si nuestras instituciones representativas (colegios, sociedades científicas) hubieran sabido tener un discurso claro, inteligente y honesto sobre lo que puede y no puede ayudar a mejorar la medicina y a qué precio, no contaminado por intereses políticos o económicos o ideológicos. Qué hubiera ocurrido si todos hubiéramos sido más valientes y no hubiéramos justificado la medicina defensiva o la evitación de conflictos. Si no nos hubiéramos callado frente a gestores incompetentes o usuarios rentistas o medidas organizativas que desde el principio sabíamos abocadas al desastre. Si simplemente hubiéramos aplicado el método científico a nuestras conductas y hubiéramos exigido una información precisa de nuestras actuaciones, por ejemplo teniendo acceso a los datos de morbi-mortalidad de nuestro hospital o centro de salud o pais. Si hubiéramos actuado como el fiscal le exige al Dr. Murray.


Podríamos especular con lo que se podría haber ahorrado si hubiéramos atendido los problemas de una forma ponderada, con los recursos máximos para los graves o complejos y recursos mínimos para los que se resuelven solos. Podríamos fantasear lo que quisiéramos pero el mundo en que vivimos es como es. Y los médicos solo somos parte de una sociedad que funciona como funciona. Y como el Dr. Murray no dejamos de ser empleados con bastante miedo de llevar la contraria al jefe que nos emplea porque nos jugamos mucho en eso. Y por desgracia el tiempo ha demostrado que ser independiente y manifestarlo termina teniendo un precio muy alto y es más fácil dejarse empujar por el viento de lo que haga la mayoría.


Pero estas especulaciones nos llevarían muy lejos y entonces quizá nada hubiera ocurrido. Porque es ese caso los financieros no hubieran querido enriquecerse a cualquier precio, y los que tendrían que haberlos controlado hubieran hecho bien su trabajo y la gente inteligente y honesta hubiera estado en los puestos que le correspondían y quizá no arrumbados o amargados. Y no habría crisis económica y viviríamos en una próspera sociedad abierta no amenazada por el desastre.

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