Unas
declaraciones como éstas solo merecen una respuesta literaria y unos hechos
contundentes. Los médicos que hemos
realizado guardias durante años en
cualquier pueblo perdido o en ciudades más grandes, sabemos la perversidad que representan y todo lo que
rompen, tangible e intangible. Mi solidaridad con todos los PEAC a los que no
deberíamos dejar solos. En atención primaria no sobra ningún medico. Por todos
nosotros, una entrada antigua que tiene
que ver con lo que hacemos y creo que mucha gente valora. Es el momento de mostrarlo y no dejarse arrebatar un servicio muy básico que, como siempre, perjudicará a los más débiles.
Llovía sobre la
noche recién estrenada. El asfalto reflejaba los destellos naranja de las
farolas y, a lo lejos, se vislumbraban todavía las luces de colores de navidad
suspendidas sobre el cielo azul oscuro. Pronto la claridad fue desapareciendo y
solo los faros del coche se abrían paso en la oscuridad, revelando alrededor un
paisaje cada vez más desolado. Enseguida llegaron al barrio al que se dirigían
que los recibió con un olor a humo agrio. Unos hombres los miraron con
desconfianza mientras fumaban bajo un voladizo de uralita. Otros conversaban
dentro de una furgoneta y pararon por un momento. Unos niños mojados rodearon
el coche, hicieron muecas, tocaron los cristales y luego se alejaron riendo. La
calle Carmen Amaya era estrecha, mal asfaltada, iluminada solo por la luz
mortecina que salía de las ventanas y las puertas abiertas de las casas bajas.
Sin embargo bullía de gente que circulaba por las aceras y hacía grupos de
mujeres u hombres o niños nerviosos que no paraban de reir o de correr. Para
estar seguros preguntaron a alguien por donde caía la casa a la que iban,
porque no había números sobre la mayoría de las puertas. "Deben ir a ver a
la Carmen", dijo una mujer morena, prematuramente envejecida y vestida con
una bata roja, mientras señalaba con el dedo hacia delante. Unos niños salieron
corriendo en esa dirección y ya los estaban estaban esperando tres mujeres
cuando avanzaron unos cincuenta metros y llegaron a una casa llena de
desconchones que hacía esquina. Una mujer grandona de mediana edad con la voz
ronca, que trataba de ser amable en exceso, inclinó la cabeza a la derecha
mientras los invitaba a entrar. Ellos, los dos hombres y una mujer, vestidos
con un chambergo verde fosforescente penetraron con sus maletines en una
estancia rectangular llena de gente. Quizá habría unas diez personas repartidas
en un tresillo o de pie, mirando fíjamente con los ojos oscuros a los recien
llegados. Había al menos cuatro mujeres jóvenes y cuatro hombres, dos de ellos
entrados en años pero no viejos. Dos mujeres tenían niños pequeños en brazos.
Una televisión parpadeaba al fondo, junto a un aparador, una cocina de butano y
un cuadro de Camarón. La cama estaba pegada en la pared que había frente al
tresillo. La estancia estaba limpia, caliente y olía a "pisto" que
una mujer gorda con moño freía en la cocina, lo que producía una sensación
confortable. "¿Qué le pasa?", le preguntó el médico, sin muchas
esperanzas de que respondiera, a la mujer que reposaba en la cama con los ojos
cerrados. Estaba muy delgada, aparentaba más de noventa años y tenía una piel
transparente en la muñeca que le cogió para tomarle el pulso. "Me duele
aquí", contestó con una voz sorprendentemente enérgica, abriendo los ojos
y apoyando la mano derecha sobre el pecho. El médico le hizo algunas preguntas
más y luego dijo algo a la enfermera que salió al coche y vino con otro maletín
más abultado. "Le vamos a hacer un electro, tiene que desnudarse de la
cintura para arriba". La mujer que inclinaba el cuello dijo algo y todos
los hombres salieron de la habitación, unos a la calle, otros a otra estancia
que había a la izquierda. El chico joven ayudaba a la enfermera con los cables
y también le puso un dedil que de inmediato se iluminó después de parpadear en
rojo."Satura a noventa y cuatro". Mientras el médico hablaba con la
mujer grandona que ya se había identificado como la hija de la enferma. Le
contaba que había salido hacía poco del hospital porque se había roto una
cadera y la habían operado, pero que el problema era que no dormía y estaba muy
nerviosa. "A veces por la noche cree que vienen a por ella y se pone a
gritar. Entonces también se queja del pecho". El médico leía un informe y
luego se acercó a mirar las medicinas que había sobre una mesa camilla. La
enfermera le aproximó una tira de papel que se meció en el aire como si fuera
una serpentina. La miró un rato y volvió al lado de la cama. "El corazón
está bien no se preocupe. ¿Tiene miedo de algo?". La mujer miró hacia
arriba e hizo un gesto de angustia que desplazó una lágrima justo en paralelo
al pelo blanco que reposaba en su mejilla izquierda. Siguieron hablando un rato
mientras los hombres asomaban las cabezas por las puertas y la enfermera
recogía los trastos. El médico joven observaba la escena con curiosidad. "Yo creo que ese dolor no es del corazón. El
problema es que está todavía un poco confusa de la operación y del hospital. Le
voy a mandar unas gotas, además de lo que está tomando, para que se tranquilice
y duerma mejor…" . Ya habían vuelto todos los que estaban en la
habitación al principio. Un canario se agitó en la jaula que había en un
rincón, al lado de un perchero con un sombrero verde. Se dirigieron a la
puerta. La hija sonrió y dio "muchismas
gracias" unas cuantas veces, con muchos aspavientos. En la calle se
había formado un corro de gente que acompañó con sus ojos al coche mientras
daba la vuelta. Alguien había hecho una hoguera y un chico comenzó a cantar
"volando voy, volando vengo…" con la voz rota que solo tiene un
gitano auténtico. En la linde del barrio seguían hablando los hombres. De nuevo
los miraron en silencio mientras badeaban un gran socavón encharcado. Los niños
aparecieron de nuevo y luego se alejaron dando saltos. Poco a poco el camino se
fue iluminando. Seguía lloviendo cuando llegaron al antiguo hospital de Alarcos
y aparcaron el coche al lado de la rampa de Urgencias. "Enamoraó de la vida, a veces duele, si tengo frío busco
candela…" seguía cantando Camarón, a lo lejos.
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